No sólo Dios habita en las plegarias del creyente (JLBelloq, Círculo del Ludófago)
La capilla
por JLBelloq
La estancia, fría y vacía, se iluminó fugazmente por la rendija de la puerta. La religiosa se coló por ella, miró la figura de la Virgen a su derecha, se persignó, musitó unas palabras y luego cerró y la penumbra volvió a oscurecer la capilla. Unas pocas velas, al fondo, sobre el altar, le permitían caminar con cierta seguridad por el pasillo, entre los bancos de madera. En aquella suerte de catacumba, el mero roce de sus alpargatas sobre el suelo de baldosas sólo era igualado en sonoridad por la agitación de las telas de su propia ropa.
La mujer avanzó con languidez hasta el primer banco, donde dejó su Biblia y se arrodilló sobre el reclinatorio. Su mirada apuntaba arriba, al Cristo de madera clavado al crucifijo, con los ojos cerrados, las lágrimas detenidas por el escultor en mitad de las mejillas, y una expresión ya familiar de sufrimiento interminable. La luz de los cirios, a sus pies, resaltaba los contornos y creaba sombras duras en contrapicado, dotándolo de un aire extraño, como de aparición.