Nostalgia de los Khazad (relato, parte primera de cinco)

Crónica de la gestación de la reconquista de Moria por el pueblo enano, tal y como la habría concebido el propio Tolkien, según versión de un experto en la Tierra Media (JLBelloq, Círculo del Ludófago)

Nostalgia de los Khazad

por Antonio Carlos Ruíz Borreguero

—¡Entonces las profecías de las viejas canciones se han cumplido de alguna manera! —dijo Bilbo.

—¡Claro! —dijo Gandalf—. ¿Y por qué no tendrían que cumplirse? ¿No dejarás de creer en las profecías sólo porque ayudaste a que se cumplieran? No supondrás, ¿verdad?, que todas tus aventuras y escapadas fueron producto de la mera suerte, para tu beneficio exclusivo. Te considero una gran persona, señor Bolsón, y te aprecio mucho; pero en última instancia ¡eres sólo un simple individuo en un mundo enorme!

—¡Gracias al cielo! —dijo Bilbo riendo, y le pasó el pote de tabaco.

(El Hobbit – J.R.R.Tolkien – Círculo de Lectores – 1995)

Parte primera

Balin se quedó mirando el fuego de la chimenea pensativo, dándole vueltas a las últimas palabras de Gandalf; pensaba en Thorin Escudo de Roble. Thorin también había sido un simple individuo en un mundo enorme, sin embargo con sus actos y decisiones había conseguido que se desencadenaran gran cantidad de acontecimientos, que habían finalizado con la muerte de Smaug el Terrible, con una gran batalla de la que habían salido victoriosos, no sin recibir también grandes y dolorosas pérdidas, y con la recuperación de Erebor para el pueblo enano. Entonces Balin expresó ese pensamiento en alto:

—A veces un simple individuo puede conseguir grandes logros… Thorin lo hizo.

Bilbo asintió mientras daba una bocanada de humo a su pipa y Gandalf se quedó mirando curioso la expresión de Balin mientras pensaba en la lógica de su razonamiento, pero no le dijo que él era en gran parte el culpable de la mayoría de los hechos acaecidos en la aventura con Thorin. Una aventura harto necesaria como se demostraría varios años más tarde, después de ver los resultados obtenidos de la misma y viendo el desenlace de los hechos posteriores. Pero eso es otra historia. Permanecieron así en silencio largo rato a la luz de las brasas hasta que al final decidieron irse a descansar.

A la mañana siguiente se levantaron temprano y Bilbo preparó un suculento desayuno para los tres.

—¿Entonces me visitarás cuando vayas de regreso a la Montaña?

—Querido amigo —dijo Balin—, ciertamente no lo sé. Estaré un tiempo en las Montañas Azules visitando a mis parientes y aún no tengo decidido cuándo y cómo volveré a Erebor. Mi corazón me dirá cuándo he de regresar y, si me es posible, te visitaré una vez más antes de volver a los palacios de Dáin.

—¿Y tú, Gandalf?

—Por mi parte acompañaré a Balin hasta Ered Luin y posteriormente marcharé a ocuparme de ciertos asuntos que he de atender. Oh no, no, no os preocupéis, no son asuntos turbios ni peligrosos como los ocurridos hace… pero he de atenderlos —Y, viendo la expresión triste de Bilbo, añadió—. Pero te prometo que volveremos a vernos, querido Bilbo.

Y Bilbo sonrió satisfecho pues sabía que las promesas que Gandalf hacía siempre las cumplía. Tras el desayuno Bilbo se despidió de sus amigos deseándoles buena suerte en su viaje, y Gandalf y Balin partieron hacia el oeste. Varias semanas más tarde, cuando el frío invierno se cernía sobre la tierra y las montañas, llegaron a Ered Luin. El camino había sido lento aunque tranquilo. Estaban en una época en la que, tras la Batalla de los Cinco Ejércitos años atrás, los caminos volvían a ser seguros y transitados, y apenas se oían rumores de tropelías o saqueos orcos, por lo que se cruzaron con transeúntes y viajeros muy a menudo, e incluso pasaron algunas noches en campamentos donde les dieron una buena ración de comida a cambio de una buena historia. Pero los días eran cada vez más fríos y apretaron el paso hasta que por fin llegaron a la morada de Borin, viejo conocido y amigo de Balin. Borin era un capitán enano de Ered Luin que lucía una gran barba negra que empezaba a cambiar de color al gris. Había participado en la Batalla de Azanulbizar cuando apenas era un muchacho, y después se trasladó a las Montañas Azules y se estableció allí. Combatió en multitud de ocasiones contra los orcos y trasgos de las montañas del oeste, hasta que los enanos consiguieron expulsarlos de allí y se establecieron en diferentes asentamientos y pequeñas minas todo a lo largo de la cadena montañosa. No eran tan grandes como las minas y los salones de la edad antigua, pero eran acogedores al menos para los enanos. Extraían materiales suficientes para el trabajo de sus artesanos y comerciaban tanto con hombres como con elfos, y a veces incluso con los hobbits que vivían más al oeste de la Comarca. Balin y Borin se conocieron durante la época en que Balin se estableció en la colonia de Thorin, al norte de las Montañas Azules, creándose una gran amistad entre ambos que aún permanecía y que perduraría hasta el fin de sus días.

Tuvieron una calurosa bienvenida puesto que todo el mundo conocía a Balin de su heroica aventura con Thorin Escudo de Roble, y aunque desconfiaban de los magos y de sus mágicas artes, también acogieron alegremente a Gandalf, al cual tenían un gran respeto por su participación en la conquista de la Montaña Solitaria.

—¡Por mis barbas! ¡Balin, viejo amigo! —dijo Borin—. Veo que larga ha crecido tu barba y, aun habiendo pasado muchos años desde la última vez que nos vimos, sigues teniendo buen aspecto.

—Y yo veo que tú apenas has cambiado… aunque tal vez esa panza sea más redonda que la última vez… ¡y esa barba comienza a ser gris en vez de negra! —bromeó Balin y ambos rieron—. Me alegro de verte. Ya tenía ganas de llegar; me duelen los huesos a causa del frío del invierno y necesito un fuego en el que calentarme —en ese instante se dio cuenta que Gandalf estaba a su lado y que aún no había dicho ni una sola palabra—. ¡Oh! Permitidme que os presente; este es Gandalf el Gris: mago, consejero y también amigo.

—Y espero que eso último que has dicho sea lo primero en tu corazón —y Gandalf alargó el brazo, estrechando la mano de Borin a la vez que inclinaba la cabeza—. Encantado de conocerle, señor Borin. Balin no ha parado de hablar de ti durante todo el viaje.

—Es todo un honor para mí conocer por fin en persona a Gandalf el Gris —y realizó una profunda reverencia—. ¡Tenéis que contarnos todo sobre vuestra aventura! Pero, por favor, pasad, seguro que estáis cansados. Os enseñaré vuestros aposentos donde podréis acomodaros; y esta noche prepararemos una gran cena en la que seguro tenéis mucho que contarnos.

Balin y Gandalf acompañaron a Borin al interior del asentamiento en el que vivían. Ciertamente era una mina, al estilo de los enanos, pero de pequeño tamaño; apenas vivían allí varias decenas de ellos. Las minas de las montañas del oeste no eran grandes como los grandes salones de la antigüedad, pero en cambio había gran cantidad de ellas (aunque algunas estaban vacías, cerradas o abandonadas), por lo que existían varias colonias de enanos, unas cercanas a las otras, y en caso de necesidad podían ayudarse mutuamente con facilidad. Tampoco eran tan ricas en minerales como en el pasado, pero los enanos conseguían extraer material suficiente para hacer hachas, espadas, cotas de mallas, yelmos y escudos, y también utensilios para la vida diaria; muchos eran vendidos a los pueblos que vivían cerca de las montañas y otros intercambiados por víveres o por ganado. También realizaban trabajos por encargos como puertas, rejas o verjas a hombres de poblaciones cercanas, pues los enanos eran diestros en todo lo que se refiere a trabajar y modelar el metal, y muy valorados eran sus trabajos.

El asentamiento de Borin tenía una puerta principal de piedra adornada con runas enanas, y al entrar había una gran primera sala que hacía las veces de lugar de encuentro entre los miembros de la colonia. Se iluminaba con luz natural de día a través de grandes ventanales, mientras que de noche había antorchas dispuestas estratégicamente para una buena iluminación de la misma. Después había un pasillo que iba hacia el interior de la montaña, y contaba con pequeñas habitaciones interiores excavadas en la roca en el lado sur, que hacían de dormitorios, y con grandes habitaciones en el lado norte; una de ellas era un gran salón de ceremonias y festejos, y el resto eran fraguas, almacenes, cocinas, armerías y talleres. En diferentes lugares podían encontrarse fuentes de agua cristalina que bajaba de la zona más alta de las montañas, y en la parte más interior del asentamiento nacían los túneles que iban hacia las minas.

Balin y Gandalf tuvieron un rato para descansar antes de la cena; pudieron refrescarse, cambiarse las ropas del viaje y calentarse al calor de un buen fuego, y pronto se sentían con mejor ánimo. Después se encontraron con Borin y se dirigieron hacia el gran salón. Borin les presentó a sus hijos, Úri y Kúri, ambos muy parecidos entre sí, y según dijo Balin eran la viva imagen de padre cuando era joven. Una vez llegaron vieron que habían asistido la gran mayoría de enanos que allí vivían, y parecían todos muy joviales y contentos. Esa noche se sirvieron ricos y sabrosos asados, y por supuesto no faltó cerveza, muchos barriles se abrieron esa noche. Comieron hasta que ya no podían comer un bocado más, y bebieron hasta que… bueno, bebieron durante toda la noche pues una buena cerveza no puede despreciarse, según los enanos. Hacía tiempo que no se reunían todos en festejo, y hablaron y rieron y contaron historias de épocas pasadas, y el tiempo fue transcurriendo entre jarra y jarra de cerveza.

—Entonces Balin, ¿piensas quedarte un tiempo con nosotros? Estamos en pleno invierno y no te recomendaría viajar con las nieves cayendo de los cielos —dijo Borin.

—Me gustaría de veras, si me lo permitís. Tengo la idea de visitar a parientes y viejos amigos, y eso me llevará una buena temporada si quiero estar un poco con todos.

—¡Eso suena muy bien! —dijo sonriendo Borin— ¡y brindo por ello! —y alzó su jarra para beber, y después el resto de enanos hizo lo mismo, y todos bebieron un gran trago de cerveza. Después añadió—. ¿Y usted, señor Gandalf?

—¡Oh! No, no, lo siento, Borin. Por mi parte yo partiré mañana por la mañana hacia los Puertos Grises, que no están lejos de aquí; tengo asuntos que atender —se disculpó Gandalf—. Pero sé que dejo a Balin en buena compañía, y eso me alegra.

—¡Bien dicho! ¡Brindamos por eso! —se oyeron varias voces y el posterior entrechocar de jarras llenas de la espumosa bebida.

De pronto se expresó en voz alta el deseo que muchos de los enanos allí reunidos tenían.

—¡Qué cuente la historia de la muerte del dragón! —dijo uno—. ¡Sí, que cuente como se recuperó Erebor! —dijo otro—. ¡Eso, eso, queremos oirla! —dijeron varios más.

Balin asintió, tomó un largo trago de cerveza y se dispuso a contar la gran aventura de Thorin Escudo de Roble:

—La historia comienza una tarde de primavera de hace ya varios años. Gandalf nos había citado en la casa del muy honorable y respetable Bilbo Bolsón, un hobbit. Allí fuimos llegando todos los enanos poco a poco, hasta que al final nos juntamos los trece con Bilbo, y también Gandalf, por supuesto. Entonces …

Y así continuó Balin largo rato relatando la historia. Se recreó en los detalles y no se dejó nada importante por contar. Los enanos escuchaban muy atentos en completo silencio y asentían con cada decisión, y también vitoreaban cada triunfo en cada combate o aprieto que se narraba; excepto en las partes en que se contaba su paso por las ciudades élficas, en las que se podía notar la tensión en sus caras. Al fin acabó Balin de contar toda la aventura de Thorin, cómo se logró la victoria en la Gran Batalla, aniquilando a muchos orcos, trasgos y wargos; y contó que Fíli y Kili habían encontrado la muerte luchando valientemente; y que Thorin fue encontrado malherido y que posteriormente murió tras hablar por último con Bilbo. Entonces el gran salón se quedó en silencio, con muchas cabezas bajas por la pena de un final tan doloroso. Pero al fin Borin habló en alto y dijo:

—¡Y así se ganó Erebor! ¡Y ahora Thorin, y Fíli y Kili, y el resto de enanos que allí perecieron están en los salones de espera con nuestros padres! —y levantando la jarra de cerveza añadió—. ¡Y brindo por eso!

Y todos los enanos que allí había reunidos se sintieron orgullosos, y brindaron y tomaron la cerveza de sus jarras a la salud de los caídos, y Gandalf también bebió. Después, poco a poco, se fueron retirando a dormir y a descansar a sus habitaciones, pues la noche estaba ya avanzada y al día siguiente había tareas que realizar.

Cuando Balin despertó ya el sol se había levantado en el este hacía largo rato y entraba por los altos ventanales de la pared principal que daba hacia el exterior. Era un día claro y soleado, pero frío a la vez, y el aire apenas se movía. En el interior, sin embargo, el ambiente era cálido, y los enanos iban y venían haciendo sus rutinas diarias, y saludaban a Balin al cruzarse con él. Balin se dirigió hacia el gran salón buscando a sus amigos y allí se encontró con Gandalf y Borin sentados en una mesa, charlando tranquilamente.

—¡Balin, buenos días! —dijo Gandalf—. Te has levantado perezoso esta mañana. ¿Acaso no recordabas que hoy tenía que partir? He decidido esperar para verte y despedirme antes de salir.

—Perdonadme, señor Gandalf. Creo que el cansancio me venció y permanecí en el más profundo sueño durante toda la noche.

—¡Bien hecho, viejo amigo! ¡De esa manera estarás más descansado cuando te ponga a trabajar duro! —agregó Borin.

—¡Uh! Creo que estás atrapado, atrapado sin duda —y Gandalf rió y al poco estaban los tres amigos riendo juntos.

Después de tomar algo en forma de desayuno, Gandalf, Balin y Borin se dirigieron hacia el camino para la despedida, y se unieron Úri y Kúri.

—Señor Gandalf —dijo Borin—, sólo tiene que seguir el camino y no desviarse de él, y pronto llegará a su destino. Apenas le tomará un par de días, o tal vez tres. Espero que no encuentre dificultades durante la travesía.

—¡Gracias Borin! Conozco estos caminos y estoy seguro que no habrá contratiempos. Gracias por tu hospitalidad, ha sido un placer conocerte, ¡que larga siga creciendo tu barba!

—¡Mío es el honor! —y Borin hizo una profunda reverencia y le arrastró la barba por el suelo.

—En cuanto a ti, viejo Balin, cuida que tu barba siga larga, pues aún quedan muchas cosas que hacer en este mundo, y presiento que todavía has de formar parte de ellas.

—¡Oh no, no! Espero que no —dijo Balin—, creo que este será mi último viaje. Y cuando vuelva a Erebor me sentaré a descansar hasta que llegue el fin de mis días. Pero espero volver a verte antes de que ese día llegue. Hasta entonces buen viaje, amigo mío.

—Ojalá volvamos a vernos, querido Balin —Y dirigiéndose a Úri y Kúri añadió—. Y vosotros dos… Mmm… ¡No os metáis en líos! —Al verlos, Gandalf recordaba a Fíli y Kili, y no pudo más que sonreírles en la despedida—. Parto ya, hasta nuestro siguiente encuentro. ¡Adiós!

El mago dio media vuelta y partió sin mirar atrás. Sentía en su corazón que cabía la posibilidad de no volver a verlos, aunque esperaba equivocarse de veras. Pero no podía permanecer con ellos más tiempo puesto que urgía su presencia en otros asuntos; asuntos importantes que requerían respuestas; respuestas difíciles de encontrar, a pesar de sus idas y venidas de este a oeste, y de norte a sur.

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