Siete días, siete. He asistido a clase, he estudiado como un poseso, he hecho mis deberes con entusiasmo y he logrado llegar al sábado con la tranquilidad del trabajo acabado y la conciencia limpia. Listo para unirme a mis colegas y volver a la catacumba maldita.
Esta vez somos cuatro: dimos esquinazo a Fonsi, empeñado en volver para amargarnos la vida. ¿Es que no tiene amigos, acaso? No sería extraño, con lo gilipollas que es. Por si las moscas, esta vez nos reunimos en casa de Mati, donde nos recibe su madre con cara de felicidad. Está encantada con nosotros, parece que echa de menos las visitas y nos trata como invitados de lujo. Se pasa toda la tarde preparando tentempiés y meriendas, y nosotros dándole las gracias con la boca llena.