TARDE DE SÁBADO (QUINTA)

dados-de-rolOtra semana menos, otro sábado más. Voy emocionado porque hoy acabaremos mi súper-partida de rol, de la que estoy muy orgulloso. Se presentan todos, incluido Fonsi, que ya se ha integrado, y hasta Jordi, que por fin puede disfrutar una tarde como jugador aunque sea con la partida a medias.

La cosa casi se tuerce cuando el hobbit y el guerrero elfo renuncian a encontrar al mago loco perdido en el bosque, cansados de dar vueltas y vueltas sin resultado. La verdad es que los dados se ponen tercos a veces y a mí no me gusta hacer trampa con eso: prefiero el realismo y, si no lo encuentran, pues no lo encuentran. El caso es que se van al pueblo a intentar liberar al ladrón de Fonsi, que mató a un soldado sin querer y espera al juez en una celda.

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Las puertas (relato)

La odisea de un anciano en lucha contra los terrores más ancestrales y los más mundanos, con el estilo barroco de un nuevo colaborador del Círculo del Ludófago (JLBelloq, Círculo del Ludófago) 

Las puertas

por Luis Núñez, para Cira

                     Las nubes comenzaban a caer con su enorme peso, oscuras, gigantescas. Como una manada de humo, se arremolinaban contra la tierra tiñéndolo todo con su espesa capa de negrura, engullendo a la colina y con ella a la atalaya que se erguía en lo alto con su perfil decadente y monstruoso, vigía perenne e insomne del transcurrir perpetuo de las horas, los años, los siglos. Sus agrietadas piedras aguantaban estoicas la brutal embestida del viento que arremetía contra las almenaras de su cima y que, correoso, recorría como una algazara sus entrañas hasta acabar reventando como un aullido avernal en la derruida entrada.

            Eduardo, cabrero, hijo y nieto de cabreros, se aferró a su garrote de castaño y miró a su rebaño. Las cabras comenzaban a arremolinarse unas con otras, en el centro las cabras viejas y las chivarras, las fuertes y el macho en primera línea aguantando el golpe del temporal, gesto ancestral de salvaguarda anclado a su instinto.  Los últimos esbozos de claridad comenzaban a borrarse a pinceladas, era necesario buscar el resguardo del pueblo antes de que estallara la tormenta. Silbó, como le había enseñado su padre y a éste el suyo. El agudo silbido fue rebotando por entre las laderas hasta perderse en la negrura del valle;  al escucharlo, el rebaño emprendió el camino de regreso, agachando la cabeza para que los primeros copos de nieve no les impidieran ver el camino, guiados por el gran macho cobrizo que abría camino adentrándose en las fauces de la tormenta. seguir leyendo