Nostalgia de los Khazad (relato, parte segunda de cinco)

Nostalgia de los Khazad (continuación)

por Antonio Carlos Ruíz Borreguero

Parte segunda

Balin permaneció todo el invierno con Borin, en su mina. Ayudó a la extracción de materiales, participó en la fragua creando herramientas, armas y objetos diversos, y también amenizó las largas noches de invierno junto al fuego contando historias pasadas y leyendas antiguas de cuando los enanos despertaron en la Tierra Media. Fue un tiempo placentero sin duda, y esperaba repetirlo en otros asentamientos de la zona, pues quería volver a encontrarse con más viejos amigos. Pero un hecho del todo inesperado ocurrió en esos días. Una noche, después de volver a relatar la historia de la muerte de Smaug, se quedaron charlando un tiempo más Borin con Balin, y les acompañaban Úri y Kúri; y estando a solas los cuatro se planteó la siguiente cuestión:

—Balin, gracias a la bravura de la Compañía de Thorin Escudo de Roble se recuperó el reino de Erebor. ¿No ha pensado en la posibilidad de organizar una expedición para recuperar el reino perdido de Khazad-dûm? —fue Úri el que había hablado, siempre impulsivo y valiente en sus actos y sus palabras. Pero se encontró con el enfado de su padre.

—¡No digas tonterías, muchacho! —dijo Borin algo nervioso—. ¡Sabes muy bien que eso no es posible! Yo estuve en la Batalla de Azanulbizar, y presencié la victoria de los enanos sobre los orcos, una victoria dolorosa y cruel pues muchos de los nuestros cayeron en aquella batalla —Borin fue tranquilizándose mientras hablaba—. Y tras el combate, el gran Dáin Pie de Hierro miró dentro hacia la oscuridad, y vio el miedo. Le cambió el semblante y hasta la piel se le tornó gris. Entonces se negó a seguir a Thráin al interior y ningún enano entró en Khazad-dûm, ni siquiera Thráin. Y es que me temo que Dáin presintió el mal dentro, presintió la sombra… el Daño de Durin.

—Pero… —replicó Úri nuevamente—, el Viejo Smaug fue abatido, murió, y era una criatura grande y poderosa, y si Smaug pudo caer… tal vez también caiga el Daño de Durin.

—¿Pero no me has escuchado? —dijo Borin gritando visiblemente alterado—. El Daño de Durin no es una criatura cualquiera. No sabemos realmente como es, desconocemos su naturaleza, pero no creo que un dragón se le pueda comparar. Smaug era poderoso, sí, y una flecha negra acabó con su vida; pero para aniquilar a este ser necesitaríamos tener de nuestro lado un poder mucho más grande del que disponemos, y no creo que exista nada así en la Tierra Media.

—¿Ni siquiera la magia del señor Gandalf? —esta vez fue Kúri el que se atrevió a preguntar. Kúri no era tan impulsivo como su hermano, pero era igual de valiente.

—Con todos mis respetos hacia el señor Gandalf —dijo Borin mirando a Balin—. No sé qué tipo de poderes pueda tener el mago, pero no parecen tan poderosos.

—Gandalf es mucho más de lo que aparenta, amigo mío. No sólo es un hombre viejo que tiene algunos poderes y se hace llamar mago. Guarda muchos secretos bajo su aspecto.

Borin permaneció en silencio meditando las palabras de Balin mientras escuchaba su conversación con Úri y Kúri. Realmente no conocía los poderes del mago, aunque sabía que tenía fama de ser capaz de realizar muchos trucos que pocos podían hacer.

—¡Seguro que es un gran mago capaz de crear fuego como si fuera un dragón! ¡Y de invocar una gran ventisca como si fuera la misma cima de Barazinbar! —dijo Úri entusiasmado.

—Le he visto en acción y sé lo que es capaz de hacer, y diré que no dudo de tus palabras, muchacho —dijo Balin.

—¡Y seguro que es capaz de aniquilar mil orcos si se lo propone! —dijo Kúri con el mismo entusiasmo que su hermano.

—Es muy posible, joven Kúri —afirmó Balin—, al menos mientras no vengan los mil todos a la vez.

Entonces Borin se atrevió a decir en voz alta lo que estaba pensando en ese momento. Era algo muy atrevido y no sabía cómo reaccionaría su viejo amigo al escucharle, pero viendo el ímpetu de sus hijos tenía que plantearlo de algún modo:

—Si el mago tiene tanto poder como dices, y así de extraordinario parece por lo que nos cuentas… tal vez pudiera hacerse, tal vez se podría intentar la reconquista de los antiguos salones de los Khazad. Gabilgathol y Tumunzahar están perdidos bajo las aguas tras el hundimiento de las tierras del oeste llamadas Beleriand por los elfos; pero Khazad-dûm aún se mantiene en pie, y debería ser nuestra, debería estar habitada por los enanos, y no por fétidas criaturas del mal.

—Tal vez… pero lamentablemente no creo que Gandalf quisiera embarcarse en una aventura de ese tipo —dijo Balin resignado—. Es un asunto exclusivo de los enanos.

—La aventura de la Montaña Solitaria también lo era, y Gandalf ayudó a la Compañía de Thorin —apuntó Úri—. Deberías proponérselo —dijo, y Kúri asintió conforme, y ambos miraron a su padre.

—Esta vez estoy de acuerdo con mis muchachos, habla con el mago —dijo Borin.

Balin meditó durante un rato la conversación que acababa de tener con sus amigos. Pensaba y miraba de reojo, de uno a otro y después al tercero, y vuelta a empezar, hasta que finalmente dijo:

—Está bien. Hablaré con Gandalf… cuando vuelva a verlo. Pero os advierto que eso puede ser dentro de mucho tiempo, si es que nos encontramos nuevamente. Así que os pido prudencia, pues no quisiera que los enanos se movilizaran en vano sólo por una idea. Esta conversación debe permanecer en secreto.

Todos asintieron y no se volvió a hablar más de ese tema, al menos por un tiempo, y si se hizo nunca fue con alguien que no fuera alguno de ellos cuatro.

Pasado el invierno despertó la primavera en Ered Luin, y Balin se dispuso a visitar otros emplazamientos y a encontrarse con otros viejos amigos de las montañas del oeste; entre ellos las gentes del antiguo palacio de Thorin, al norte. Para eso pidió consejo a su buen amigo Borin sobre la mejor manera de recorrer los senderos, a lo que este respondió que lo mejor era llevarse a sus hijos como guías, pues ambos se habían criado en aquellas montañas y las conocían “¡mejor que a sus propias barbas!”, según había dicho. Balin accedió gustoso al hecho de que Úri y Kúri le acompañaran en sus visitas, pues las travesías serían más cortas y ganaría tiempo que compartir con los suyos. De esta manera, varios días después, y tras los preparativos para el viaje, partieron una mañana primaveral clara, con un sol reluciente que los invitaba a caminar deprisa, una brisa fresca, y un horizonte nítido hasta donde alcanzaba la vista.

Borin esperaba que volvieran al finalizar el año, antes que las nevadas se cernieran sobre las cumbres y las laderas de la cadena montañosa, pero lo cierto es que se demoraron bastante más tiempo. Los tres compañeros recorrieron varias colonias enanas mientras las estaciones pasaban; acabó la primavera, pasó el verano y después el otoño, y cuando llegaba el invierno, y Úri y Kúri pensaban que regresarían a su hogar, Balin les sorprendió diciéndoles que deseaba ir al otro lado del Golfo de Lhûn, en el sur, y visitar los asentamientos del otro lado de Ered Luin. Los hermanos aceptaron encantados, puesto que apenas conocían el otro lado de las montañas a pesar de haber vivido toda su vida allí. Ambos tenían un fuerte deseo de viajar, de conocer lugares nuevos y de tener grandes aventuras, y de alguna forma aquello parecía una buena aventura… aunque exenta de peligros puesto que pocos lugares había en aquellas montañas en los que aún hubiera orcos o trasgos habitando en ellas. Y todo esto les tomó más tiempo de lo estimado, mucho más, ya que al volver a ver a Borin habían pasado casi tres años desde su partida.

Los tres enanos regresaron una tarde nublada de otoño. La lluvia era intermitente, el viento era frío y hacía presagiar que el invierno llegaría antes ese año; las nubes tapaban por completo el cielo y no dejaban un resquicio para que los rayos del sol llegaran al mojado suelo del camino que recorrían de regreso. Los dos hermanos estaban cansados de los viajes y de tanto caminar, y estaban ansiosos por volver a ver a su padre y contarles todo lo vivido. Por su parte Balin quería descansar también, se sentía agotado y necesitaba recuperar las fuerzas.

Llevaban un rato subiendo la larga cuesta empinada que daba hacia el asentamiento, cuando vieron una silueta sobre un risco, una silueta de un enano, una silueta conocida sin duda; era Borin. Desde hacía días se asomaba al risco todas las tardes para observar el camino que ascendía, esperando ver a sus hijos regresar a casa; y por fin los vio, allí estaban, y también Balin. El corazón le dio un vuelco de alegría, se le aceleró por la emoción de verlos nuevamente después de casi tres años. Le había parecido tanto tiempo, que incluso temió que algo les hubiera pasado; pero por fin la angustia se le pasó.

Borin salió al camino, al encuentro de los recién llegados, y no pudo evitar la emoción de tenerlos nuevamente allí.

—¡Venid mis muchachos! ¡Si hasta parece que vuestra barba ha crecido más que la mía! Por fin estáis de vuelta y me alegro de veros. Y a ti también, viejo amigo —dijo a Balin—. Hasta temí que te hubieras ido de regreso sin siquiera haberte despedido… ¡y con mis muchachos!

—No podría, Borin, tenía que volver a verte, y aún tendrás que aguantarme un tiempo antes de marcharme de vuelta a Erebor, pues tengo intención de partir en la siguiente primavera.

—Me entristece oír que te irás, pero me alegra que aún quede tiempo para que eso ocurra.

—¡Padre, tenemos que contarte muchas cosas! Hemos recorrido toda Ered Luin —dijo Úri entusiasmado.

—¡Incluso hemos estado del otro lado del Golfo de Lhûn! —añadió Kúri.

—Eso explica el largo tiempo que os ha tomado el viaje —dijo Borin mirando a su amigo.

—No pensaba ir tan lejos. Perdóname, debí haberte avisado —se disculpó Balin—. Pero tenía mis razones, que más tarde te contaré, para ir hasta allí y de esa manera visitar a todos los enanos de estas montañas.

—De acuerdo —dijo Borin—. Pero vayamos dentro. Hace frío y está empezando a llover de nuevo. Más tarde tendremos tiempo de hablar —y todos entraron al refugio de la montaña.

Esa noche tomaron la cena todos juntos en el gran salón. Hubo ricos estofados y mucha cerveza, como es habitual en los festejos enanos. Los jóvenes Úri y Kúri contaban sus historias vividas con entusiasmo; estaban rodeados por los enanos más jóvenes de la colonia y querían saberlo todo, sobre todo la parte en que habían marchado al otro lado de las Montañas Azules, pues muchos de ellos nunca se habían movido de su propia zona y ansiaban la emoción de una aventura. Por otro lado se juntaron los enanos mayores, que hablaban con tranquilidad y sosiego, y disfrutaban viendo el entusiasmo de sus jóvenes. Balin narraba las mismas historias, pero no le daba tanta importancia pues en realidad no había ocurrido nada extraordinario; sólo algún avistamiento a lo lejos y varias cuevas vacías con pocas cosas interesantes. Lógicamente hablaban de trasgos, y como he dicho no había ocurrido nada, pero ellos lo contaban como si hubieran vivido una gran batalla.

Avanzada la noche la mayoría de los presentes se fueron retirando a descansar. Entonces Balin se acercó a Borin y le pidió hablar a solas, era un asunto importante y no quería que nadie les oyera. Fueron a los aposentos de Borin y allí se sentaron en unos taburetes junto a una pequeña mesa. Entonces Borin habló:

—Cuenta eso tan importante que tienes que decirme, Balin. ¡Me tienes en la más absoluta intriga!

—Es importante sin duda —dijo Balin poniéndose serio—. Recuerdas nuestra conversación secreta, ¿verdad? —Balin esperó que su amigo asintiera—. He tenido esa misma conversación en no pocos lugares en los que hemos estado durante el viaje. El corazón de los enanos anhela volver a los días de antaño, vivir en grandes salones, ser una gran colonia con miles de enanos, ver el kheled-zâram otra vez, buscar nuevamente metales preciosos en las minas del Cuerno Rojo, ¡y encontrar mithril! —Borin escuchaba y asentía, pero no decía nada—. Los jóvenes desean con entusiasmo conocer cómo vivían sus padres, vivir aventuras, sentirse vivos; y los mayores anhelan el pasado, quieren recuperar lo perdido y ganarse una gloria que haga que se les recuerde hasta el fin de los tiempos. Sus corazones están inquietos, ansiosos de esplendor y riquezas y gloria.

—Estás hablando de… que desean volver a… ¡quieren recuperar Khazad-dûm!

—Así es, viejo amigo. No quería creerlo al principio. Creí que era una mera coincidencia que aquello que hablamos con Úri y Kúri volviera a repetirse en otros sitios. Pero finalmente me he dado cuenta que no es así. Son muchos los que quieren luchar nuevamente, muchos los que desean regresar al antiguo hogar. Aunque no todos se embarcarían en una aventura semejante. Y es que el miedo a … ya sabes, sigue siendo muy grande también.

—Entiendo. ¿Y qué piensas hacer? —preguntó Borin sintiéndose también inquieto ante la idea.

—Durante el viaje de vuelta he tenido tiempo de pensar mientras caminaba. Creo que lo más sensato sería volver a Erebor y hablar con Dáin Pie de Hierro, exponerle todos estos hechos y escuchar lo que tiene que decir. Su opinión es importante, y si alguien puede hacerlo será él. Pues necesitaríamos una gran hueste de enanos para realizar tan increíble cometido, y sólo él podría reunir a los distintos pueblos y movilizar una fuerza suficiente que nos permitiera alcanzar tal hazaña.

—Y no te olvides del mago. Sería importante que él estuviera a nuestro lado.

—No, no me olvido. Pero Gandalf es impredecible, siempre tiene asuntos importantes que atender entre manos. Tengo serias dudas de poder contar con su ayuda.

—Entonces me siento preocupado de veras —dijo Borin—. Aun reuniendo una gran fuerza, será complicado. Aquello debe ser un hervidero de orcos y trasgos y otras viles criaturas. Y luego está… aquello que nuestro pueblo teme. ¿Qué podemos hacer ante eso?

—No lo sé —dijo apesadumbrado Balin. Permaneció en silencio largo rato mientras pensaba y le daba vueltas al asunto. Al final añadió— De momento esperar hasta mi regreso a Erebor. Veremos que nos depara el futuro, pues cualquier pequeño detalle puede desencadenar grandes cambios.

—Estoy de acuerdo —agregó Borin.

Y así finalizó aquella reunión secreta entre los dos amigos.

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