3er. relato concursante del VII Concurso de microrrelatos -Noche de Difuntos 2022

NO CAMINES EN SOLEDAD BAJO EL BRILLO DE LAS ESTRELLAS
Torcuato Lucero Tena 

Las agujas del reloj, entre risas y juegos, parecían girar más rápido. La tarde se fundió con la noche y la oscuridad hizo acto de presencia sin que nada ni nadie pudiera evitarlo. La temperatura exterior, algo más elevada de lo normal para la época del año, era tímidamente aliviada por la brisa que entraba a través de la ventana del pequeño salón de aquel piso de estudiantes, moviendo las cortinas y forzándolas a adoptar fantasmagóricas formas en continua transformación.

Dieron las diez y en ese mismo instante, se incorporó del asiento y recogió sus cosas, sorprendiendo al resto de asistentes ¡Ey! ¿Por qué te vas tan rápido? Aún queda la revancha y varias botellas por terminar. Hemos pedido pizza. Daban igual los argumentos. Había llegado el momento de abandonar la reunión. No era su deseo, pero no había opción. El camino de regreso era demasiado largo y para cualquier joven en una ciudad extraña, un desafío colmado de amenazas. Buscó en su teléfono la parada de bus más cercana y se dirigió hacia ella. Al buscar en su cartera descubrió que no tenía dinero para comprar un billete de vuelta. Hubiese sido buena idea pedir dinero prestado a alguno de sus amigos, pero no le apetecía volver y escuchar los reproches que su marcha había provocado ¿Será peligroso volver caminando? No había mucha distancia, tan solo cuatro kilómetros, pero la ruta a pie implicaba atravesar un corredor peatonal que unía los dos lados de la ciudad separados por el caudaloso río y que al anochecer no parecía muy seguro. Esto le provocaba desasosiego, aunque no tanto como para cejar en su empeño.

Subió con celeridad las escaleras de acceso, cubrió su cabeza con el gorro de la chaqueta y se adentró en la estructura de acero y vidrio de alta resistencia que conformaban aquella maravilla de la ingeniería. Quería recorrerlo empleando el menor tiempo posible, pero cuanto más rápido caminaba, más se amplificaba el sonido de sus pasos en el firme, desdoblándose por el eco, como si alguien más estuviera atravesando aquel pasillo. Miró hacia atrás. No había nadie. Aumentó la velocidad, volvió a mirar y nada. En pocos metros se encontraría fuera de allí. Mientras trataba de llegar al final, otra persona entró por el lado opuesto, dirigiéndose a su encuentro y sintiéndolo aproximarse. Bajó la cabeza para no cruzar miradas con nadie, pero una mano golpeó tan fuerte en su hombro que detuvo sus pasos en seco. El horror se hizo visible en aquella cara. Tez pálida, ojos enrojecidos y olor nauseabundo. ¿Dónde vas tan rápido?, le preguntó. Si lo que pretendía era robarle, nada de valor iba a encontrar en su cartera.

Necesitaba dinero y le pidió todo lo que llevara encima pero su único objeto de valor era su móvil, que ofreció a cambio de que le dejara en paz. Al ver que la ira de aquel desconocido iba creciendo y que su agresividad era incómoda y atemorizante, el pavor inicial que sintió se transformó en un impulso primario que se iba intensificando más y más. Una presión en la garganta hizo acto de presencia, y su boca comenzó a abrirse como si de un acto reflejo se tratara. Algo absolutamente incontrolable. Algo que ya había experimentado y que acarrearía inmediatas y trágicas consecuencias. El hombre le zarandeó y tiró al suelo, propinándole una patada sin ningún tipo de control, pero lejos de quedarse inmovilizado por el dolor, se le abalanzó sobre el cuello y clavó sus colmillos en él. El líquido denso y tibio no tardó en brotar de las hendiduras que el mordisco había provocado. Con la fuerza de un animal salvaje y hambriento, el joven extraía el plasma de las heridas, sintiendo los latidos a través del torrente sanguíneo. Poco a poco el caudal fue disminuyendo. El pulso cada vez era más débil y el cuerpo, desangrado, ofrecía menos resistencia. Permanecieron unidos durante un tiempo, envueltos en un silencio, capaz de ensordecer a cualquiera. El joven se levantó dejando a la víctima inerte en el suelo.

No quería que sucediera. De nuevo se había visto arrastrado por el instinto de su condición.

Se maldijo, como tantas veces había hecho en el pasado, mientras regresaba abatido.

 

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