La mirada personal y un tanto especial de uno de los protagonistas de esta escaramuza medieval (Círculo del Ludófago)
La batalla
por J.L. Belloq
Subo a lo alto de la colina en mi caballo, que luce sus arreos de gala, pertrechado con mi armadura y mi espada, que no habré de desenvainar, puesto que soy el más alto estratega de esta tropa y no me corresponde luchar sino decidir quién morirá por la victoria y quién vivirá para celebrarla.
El campo de batalla está dispuesto. Contemplo mi ejército desplegado sobre el terreno: la infantería al frente, la caballería en los flancos, tiradores y máquinas de guerra detrás, y mi guardia personal, la élite de mis fuerzas, junto a mí, rodeándome, dispuestos a dar la vida por su rey. Más allá, al otro lado de la llanura, el enemigo. También ha traído toda su infantería, y no menos jinetes. Puedo distinguir sus catapultas y sus arqueros, expertos en la muerte a distancia. En lo alto de otra colina, frente a mí, veo la silueta de mi rival, rodeado, como yo, por sus mejores soldados.
Todo está ya preparado: los arcos tensados, las picas y las espadas empuñadas, los proyectiles apilados y dispuestos, y los caballos inquietos, pateando y resoplando. Los sables relucen al sol, como mi corona; los hombres se impacientan, el tiempo parece detenerse un instante y doy la orden, por fin, y empieza la batalla.
Mis infantes avanzan en orden de combate. Forman una cuña en el centro, apoyada por la caballería y la mitad de los arqueros, una disposición ensayada una y otra vez en maniobras y contiendas menores. El enemigo se acerca tímidamente y se detiene a una distancia prudencial, lejos del alcance de mis trabuquetes. Doy órdenes a la diestra y la siniestra, cumplidas con precisión marcial por mis disciplinados soldados. Pongo a resguardo en la reserva a una unidad completa de arqueros y dejo a la infantería de ambos flancos detenida, a la espera de órdenes según los acontecimientos.
El enemigo se mueve, ya era hora. Evita el centro, ocupado por mis tropas, las rodea y lanza el grueso de las suyas por mi flanco izquierdo. La prudencia y el buen consejo de mis asesores me dictan el alejamiento preventivo de esa zona peligrosa y desplazo mi cuartel general al flanco derecho, lo más lejos posible de las acciones de guerra y de las flechas perdidas.
Los ejércitos entran en contacto por primera vez. Las escaramuzas se suceden en el ala izquierda y pronto también en medio del llano, donde, sorprendentemente, mis hombres, superiores en número, parecen flaquear ante el ímpetu de sus oponentes. Ordeno a mi propia guardia que apoyen en esa zona y el equilibrio se restablece. La infantería lucha en pequeños grupos aquí y allí, y el combate se estanca. Sólo se mantiene la ofensiva en el flanco, donde mi caballería intenta una incursión pero es rechazada por la feroz resistencia y aniquilada por una lluvia de lanzas y flechas, pero no sin antes exterminar a una unidad de arqueros demasiado adelantada.
Las catapultas toman posiciones más avanzadas, desde donde ya pueden batir el campo enemigo. Mi rival traslada su centro de mando al flanco derecho y lo tengo de nuevo casi frente a mí, rodeado por sus reservas de infantería y las máquinas de guerra que aún no han entrado en combate. Mi guardia, la élite de mi ejército, sigue en el centro de la batalla, donde la lucha está prácticamente detenida y nadie parece capaz de desbloquear la situación: si alguien se mueve, muere.
Desde mi atalaya diviso los movimientos de los soldados en el otro extremo de la llanura y veo cómo toda la artillería enemiga se desplaza al flanco izquierdo, a donde se dirige de repente la escolta personal de mi oponente precedida por su caballería a galope tendido. La potencia de fuego y la fuerza que acumulan allí en pocos minutos es imparable para los míos, unas pocas unidades de infantería desunidas con escaso apoyo de arcos y con las catapultas demasiado alejadas.
La situación es comprometida, pero la victoria debe ser para los más audaces, y yo lo soy. Improviso un plan inesperado, especulando con la relativa indefensión del líder enemigo, guarecido tras varias unidades de infantería firmemente posicionadas. Veo en un destello fugaz a mi guardia, muy cerca, una unidad de caballería delante de mí y unos trabuquetes detrás, y la mitad de mis arqueros en reserva.
Ordeno a mi maltrecha infantería que abra paso a toda costa. Pagan con su vida, pero la caballería penetra por la abertura en campo enemigo con mi guardia pisándole los talones y los proyectiles volando sobre sus cabezas, sembrando el caos entre los soldados enemigos que protegen a su rey. Casi distingo desde mi puesto la palidez de su rostro, casi puedo oír sus órdenes desesperadas a unidades que han penetrado demasiado en mis posiciones como para volver a tiempo.
Pierdo mi unidad de arqueros al completo, pero no importa ya. Mi caballería se sacrifica contra la infantería arremolinada alrededor del monarca. Los soldados de a pie mueren por decenas y mi guardia acaba con la última resistencia. Los artilleros baten la zona sin parar, impidiendo la reorganización de la defensa, mis últimos jinetes caen, pero el jefe está indefenso. Su guardia personal vuelve a toda velocidad, pero no es suficiente y no llegará: los míos rodean ya a su rey, que se rinde ante ellos y ante mí.
La batalla ha concluido. Hemos ganado.
El tiempo se detiene, los combatientes ya no se mueven. Estrecho la mano de mi oponente, que reconoce su derrota con dignidad, y devolvemos las piezas a su caja y ésta, con el tablero escaqueado, al estante donde esperará hasta la próxima partida de ajedrez.♣
Muy muy bueno
Genial! Lo q menos me esperaba era q fuera una partida de ajedrez jajaja.