EL CHUPITO ROJO
JLBelloq
—¡Buenas! ¿Es aquí donde chupan la sangre?
—Eeeem… esto es un bar, señor, aquí servimos copas.
—Sí, ya sé, pero es que mi cuñado me ha dicho que aquí es donde… bueno, usted ya me entiende.
—Pues no, no entiendo… ¿quiere un gin-tonic?
—No, yo quiero ser socio del club. ¡Ah, espere, claro, no he dicho la frase! “Sangre que no puedas beber, hazla correr”. ¿Está bien dicha?
—¡Oh, sí, por supuesto, señor! Bienvenido al “Chupito Rojo”. ¿Cómo es que sabe la contraseña, con lo corto que parece usted?
—Cosas de mi cuñado, que es un bocazas. Dice que esto es un antro, que no se han currado ni el nombre; que el dueño es un descerebrado que una vez apuntó a uno como “comida” en vez de como “nuevo socio”, y se armó una buena porque la familia quería prosperar. Espere, ¿no será usted el dueño?
—No se inquiete, yo solo soy el camarero, el jefe solo acude cuando tiene hambre y tenemos algún invitado etiquetado como “cena”. Ahora se conforma con uno o una, con lo ansioso que era antes.
—Mi cuñado me ha advertido que tuviera cuidado, que conoce a un tío que solo tiene quejas de aquí…
—Se referirá al paralítico, seguro. Pero es que ese es idiota de nacimiento, hombre. Todo el mundo sabe que cuando te “hacen socio” uno se queda para siempre como está. Que lo de regenerarse y curar heridas y eso no arregla las averías antiguas: que el que viene tarado, tarado se queda, y ese de la silla de ruedas vino de pena. Nada más le cuento que, en cuanto le quedó clara la cosa después de una docena de hojas de reclamaciones inútiles, le dio una rabieta que todavía le dura. Ahora se dedica a hacer barrabasadas. La semana pasada se tiró cinco veces delante del tranvía, del mismo tranvía. No vea la cara del conductor cuando iba por el tercer atropello al mismo tullido… al final se le fue la olla y la ambulancia se lo tuvo que llevar a él en vez de al atropellado, al que dejaron tirado en una acera. Muy poco profesional, pero yo creo que ya se olían algo.
—Bueno, es para tener en cuenta, pero yo estoy sano y en forma, quitando la barriga cervecera y la calva y una hemorroide con la que convivo. Yo es que paso de esas ventajas que anuncian, porque yo lo que quiero es ligar.
—Ligar… bueno, no sé, yo para esas cosas soy negado. El ojo de cristal y la pata de palo no gustan, y con el garfio no hay quien desabroche nada con las prisas, y la cadera asimétrica me provoca un bamboleo al andar que a las mujeres les da repelús. No sé yo, lo de ligar…
—Pero se mantiene activo y con ese aire de hombre interesante que tango gusta a todas ellas.
—Yo solo sé que mi tía se arrepintió muchísimo. No cayó en la cuenta de que, en cuanto se hiciera socia, se le acababan el bikini y el moreno, y también la dentadura perfecta; y que las ojeras eran imposibles de evitar. Ahora se gasta una pasta en maquillaje y se pone hasta arriba de cubatas de sangre con orujo. Se pone tan ciega que luego hinca los colmillos en cualquier parte, como el mes pasado, que mordió a una señora gorda en el trasero. La mujer salió corriendo despavorida con mi tía enganchada en una nalga, sorbiendo por puro reflejo. Así recorrió varias manzanas, hasta que la policía logró detenerla. A la señora gorda, me refiero, que mi tía iba dormida de la castaña que llevaba encima.
—Qué cosas me cuenta, creo que tendré que pensarlo un poco más. Al final, mi cuñado va a tener razón, aunque no pienso dársela por lo pelmazo que se pone.
—No se precipite, que hacerse socio al final está muy bien. Al principio fastidia, no le voy a engañar. Aquí son un poco brutos y, cuando se trata de chupar sangre, a los nuevos los dejan secos literalmente, y se pasa mal porque salen granos y crecen las almorranas. Pero luego se disfruta, como todo.
—¿Y lo de chupar luego la sangre a la gente? Mire que yo soy muy aprensivo, que las comidas muy espesas me hacen vomitar. Y tampoco quiero que nadie se disguste porque le quite un par de litros sin conocerlo de nada.
—¡Eso no es problema, hombre! Casi nadie se entera, la gente ya está acostumbrada a los chupasangres: jefes, banqueros, políticos, Hacienda. Y nosotros aquí vamos a las claras, con la verdad por delante. A mí me han llegado a dar las gracias por ser sincero y no abusar, se lo juro.
—Vale, me ha convencido, apúnteme como nuevo socio. La sangre, ¿dónde la dejo?
—Tiene que firmar aquí… y aquí… De la sangre ya nos encargamos nosotros. Usted póngame el pescuezo así, que se va a enterar.
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