Nostalgia de los Khazad (relato, parte cuarta de cinco)

Nostalgia de los Khazad (continuación)

por Antonio Carlos Ruíz Borreguero

Parte cuarta

Gandalf había partido hacia el sur y Balin no deseaba atravesar el Bosque Negro, le traía malos recuerdos, por lo que decidió encaminarse hacia el norte. Los enanos avanzaron fácilmente por entre los árboles cercanos al bosque, refugiándose en sus sombras y sin temor a ningún peligro. Mientras no se internaran en él o mientras no fueran a cielo abierto no tenían nada por lo que preocuparse. Así pues su viaje fue relajado y tranquilo. Fueron hacia el norte y tras varios días viraron hacia el este, dejando al norte Ered Mithrin, las Montañas Grises. Marchaban con cuidado mas no encontraron nada extraño ni peligroso en aquellas tierras. El trayecto se les estaba haciendo pesado y a cada paso que daban aumentaba su deseo de llegar por fin a su destino. Cuando los árboles del bosque se retiraron hacia el sur ellos tomaron en dirección sureste y a lo lejos vieron la imponente elevación que era la Montaña Solitaria. Apretaron el paso al verla y pocos días más tarde habían conseguido llegar al final, por fin habían llegado a Erebor.

Se aproximaron a su entrada y admiraron el alto umbral de piedra, majestuoso, con esculturas de reyes enanos talladas a los lados. Había grandes ventanales que permitían que la luz entrase en el Hall, y las amplias fortificaciones acababan en largos balcones donde se distinguían guardias. Y bajo el umbral corría un río que venía desde el interior de la montaña y fluía hacia el valle.

Entraron y saludaron a los guardias. Todos parecían entusiasmados pues Balin por fin estaba de vuelta otra vez en Erebor. Después marcharon a sus habitaciones; se acomodaron, descansaron y se cambiaron las ropas de viaje por otras más adecuadas. Pasado un rato Balin y sus dos compañeros se adentraron en la montaña por grandes pasillos y largas escaleras, y se dirigieron a la Sala del Trono, pues deseaban ver al Rey Dáin Pie de Hierro cuanto antes.

Primero entró Balin, y fue seguido por Úri y Kúri. Se encontraron en un salón amplio y muy alto. No había columnas ni pilares, pero sí vieron varias estatuas alineadas a los lados, estatuas de reyes del pasado. Y al fondo estaba el trono donde el Rey aguardaba. Dáin era casi tan mayor como Balin, y su larga barba entrelazada también era ya blanca por el paso del tiempo. Tenía un cinturón de oro con piedras preciosas incrustadas, una cadena de plata y diamantes le colgaba del cuello, y en su mano lucía varios anillos de oro y plata. A su lado estaba un joven enano muy parecido a él, con barba negra, cinturón de plata y una cadena de oro al cuello. Era su hijo Thorin Yelmo de Piedra.

Cuando Balin y sus acompañantes se acercaban al trono, Dáin se levantó y fue el primero en hablar.

—¡Amigo Balin, bienvenido seas! ¡Me alegro de tenerte de nuevo entre nosotros! —y el Rey Dáin abrazó a Balin, pues le tenía en muy alta estima.

—Yo también me alegro de estar de vuelta, Rey Dáin —y Balin hizo una profunda reverencia en señal de respeto. Y después hizo otra reverencia a su hijo añadiendo—. Joven Thorin, me alegro de verte. Tienes el mismo porte que tu padre.

—¡Gracias Balin! Bienvenidos seáis —dijo Thorin haciendo también una reverencia.

—¿Recuerdas a Borin, de Ered Luin? —dijo Balin dirigiéndose nuevamente a Dáin—. Éstos son sus hijos, Úri y Kúri. Me han ayudado en el viaje y estarán en Erebor por muchos años, espero.

—Úri, Kúri, hijos de Borin de Ered Luin, bienvenidos seáis. Espero que vuestra estancia en la Montaña Solitaria sea de vuestro agrado —dijo Dáin dirigiéndose hacia los hermanos y mostrando una cortés y amable sonrisa como bienvenida.

—Será un honor para nosotros vivir en el Reino de Dáin Pie de Hierro, Rey bajo la Montaña —dijo educadamente Kúri realizando una profunda reverencia y su hermano le imitó en el saludo al Rey y a su hijo.

—Balin, tienes que contarme todo de tu viaje. Seguro que serán muchas las noticias que me traes de estos años en las montañas del oeste. Pero venid, seguidme, nos sentaremos y charlaremos largo rato.

Dáin los condujo a una sala adyacente que servía al Rey para reuniones, charlas y encuentros. Era una habitación sin adornos, con el único mobiliario de una mesa grande y varias sillas de madera, un mueble con jarras y platos, y un par de barriles en el suelo. Se sentaron alrededor de la mesa y el joven Thorin dispuso varias de las jarras sobre la mesa en las que sirvió espumosa cerveza.

—Cuéntame, Balin, ¿cómo está el viejo Borin?

—Se encuentra muy bien. Tiene una vida tranquila y cómoda. Su pequeña ciudad es humilde, pero fructífera. Se trabaja bien y la relación con otros pueblos es estable.

—Ered Luin sigue tranquila en estos días, ¿no es así? —volvió a preguntar Dáin a Balin.

—Sí, así es. La verdad que demasiado. Nuestro pueblo se centra en el trabajo en las minas y en el comercio puesto que no hay peligros acechando. Los caminos también se han vuelto seguros y transitables. Muchos enanos viajan hacia el este, hasta Bree o más lejos, buscando otros lugares en los que permanecer.

—Efectivamente, hasta aquí llegan viajeros de cuando en cuando, a veces de visita a viejos parientes, otras buscando establecerse en el Reino de la Montaña. El caso es que vamos creciendo en número poco a poco, y creo que esa tendencia se va a mantener los próximos años venideros —Dáin comentaba un hecho que llevaba produciéndose durante más de una década. Y ciertamente se prolongaría en el tiempo durante varias décadas más—. ¿Visitaste el antigua morada de Thorin Escudo de Roble?

—Oh, sí. Permanece igual que la última vez que la vi. La gente es trabajadora y los salones se mantienen en perfecto estado. Es un lugar que me trae muchos recuerdos. De buena gana hubiera permanecido allí más tiempo… pero sin Thorin… —y se produjo un silencio sobrecogedor en la sala durante unos instantes.

—Si no es por Thorin Escudo de Roble ahora mismo no estaríamos aquí. Así que brindemos por el Gran Thorin una vez más. ¡Por Thorin! —Dáin habló y brindó a la memoria del héroe caído, y todos los demás brindaron también. Entonces Dáin cambió de tema—. Yo también te necesito aquí, Balin. Espero contar ahora con tu ayuda a mi lado.

—Por supuesto Rey Dáin, cuenta con ella —respondió Balin. Sabía que llevar todo el peso de las decisiones sobre Erebor y su gente era complicado a veces. Un Rey siempre necesitaba alguien en quien apoyarse y que le aconsejaran. Balin lo hizo con Thorin, y también con Dáin hasta que partió en su viaje, pero ahora que se encontraba de vuelta seguiría haciendo todo lo que estuviera en su mano por ayudarle nuevamente—. Y los trabajos, ¿cómo van?

—Bien, Balin, está todo casi terminado ya. Las grandes obras de Erebor están concluidas ya, apenas quedan pequeños detalles. Al igual que en Valle y Esgaroth, levantadas y reconstruidas nuevamente. La vida vuelve a la normalidad, como antaño era.

—¡Estupendo! Me da mucha alegría ver que todo marcha bien en Erebor, Valle y Ciudad del Lago. Bardo y tú estaréis orgullosos sin duda… ah, tengo ganas de ver al Rey Bardo. Iré a verle cuando pueda a Valle, y así podré ver en persona los trabajos allí realizados.

—Puedes ir cuando quieras, pero si deseas ver al Rey Bardo lo mejor es preparar un banquete de bienvenida por tu vuelta a la Montaña —dijo Dáin con alegría, y se decidió a que prepararan todo cuanto antes—. Thorin, ¿podrías ir a Valle y llevarle un mensaje a Bardo? Dile que le invitamos a una fiesta por el regreso de Balin, mañana al medio día.

—Por supuesto, padre. Parto ahora mismo —respondió Thorin.

—Rey Dáin, perdone mi atrevimiento, pero ¿podría acompañar a Thorin a la Ciudad de Valle? —preguntó Úri y se sonrojó al momento.

—¡Claro que puedes! Ve con él. Kúri puedes ir tú también si lo deseas. De ese modo podréis conocer la Ciudad de Valle.

—Seguro que estos tres jóvenes juntos se llevarán bien. Son la nueva generación, y nosotros ya unos viejos —y Balin rió junto a Dáin que también rió.

Thorin, Úri y Kúri hicieron una respetuosa reverencia al marcharse de la estancia, y partieron a cumplir la petición del Rey. Balin permaneció en compañía de Dáin, y creyó que aquel era buen momento para hablar de asuntos más importantes.

—Dáin, me gustaría comentarte cierta cuestión de importancia —expresó Balin seriamente—. Es algo que tal vez, de momento, no debería salir de estos cuatro muros que nos rodean.

—¿Y cuál será ese asunto que tan serio te tiene en estos momentos? —las palabras de Balin despertaron la curiosidad en Dáin. Se mesaba la barba y miraba a su compañero intentando adivinar por sus gestos qué era lo que ocurría.

—Es algo que me aconteció allá en las Montañas Azules —comenzó a relatar Balin—. Estando con Borin y sus hijos se planteó una cuestión intrigante y peligrosa. Era una cuestión referida al pasado, pero que parece que se está volviendo muy presente. El renacer de una vieja esperanza que siempre ha permanecido en el fondo de nuestros corazones, de los corazones del pueblo enano. Un anhelo que se está haciendo realidad.

—Lo último que anhelaba el pueblo enano era recuperar el reino perdido de Erebor, y eso ya ha ocurrido. No veo a qué te refieres, Balin —Dáin se sentía muy intrigado, pero a la vez muy confuso. Siguió escuchando a Balin con curiosidad.

—Al principio pensé que sería sólo el deseo de unos cuantos, de un pequeño grupo, que habían hablado entre ellos y quisieron expresarlo en voz alta. Pero visité varias minas por todo Ered Luin y la cuestión se planteó una y otra vez. Erebor fue sólo el principio. Erebor despertó las ganas de resurgir de nuestro pueblo, y al recuperar el reino perdido la noticia corrió por entre las montañas como el aire entre los árboles. Y los corazones miraron hacia el pasado y encontraron un viejo sueño. Algo que podría dar con el resurgir del poder enano sobre la Tierra Media.

—Balin, mucho del poder de nuestro pueblo ha sido recuperado, pero hay otro que jamás podrá volver. Muchos de los secretos de nuestros padres se han perdido, u olvidado, mas otros continúan entre nosotros. Nuestras construcciones incluso superan las de los viejos tiempos, y en minería hacemos una excelente labor. Si nuestras minas fueran más ricas superaríamos cualquier tesoro pasado —Dáin observaba a Balin, y creía entender que es lo que su amigo quería decirle. Sospechaba sobre el origen de esa nostalgia de la que hablaba y decidió continuar—. Pero es cierto que en metalurgia no hemos recuperado nuestro esplendor. Nuestras hojas y cotas son buenas, sí, pero no se pueden comparar con las que se hacían antes de la venida del dragón; y mucho menos con las que se fabricaban en edades pasadas. El mithril tiene mucho que ver en esto. Ese precioso metal, tan liviano como valioso, tan maleable como resistente, nos otorgaba gran parte de nuestro poder. Y sólo hay un lugar en la Tierra Media donde ahora mismo podría encontrarse… y sin embargo no podemos ir a buscarlo —Dáin suspiró al acabar las últimas palabras y Balin pensó que era el momento de aclarar todo.

—Dáin, creo que no has entendido de lo que hablaba. Tienes razón en todo lo que has dicho, pero ese anhelo va más allá y todo está relacionado con el mismo fin. Nuestro pueblo tiene nostalgia de nuestros antiguos hogares, y desean recuperar el que aún está en pie —Balin observó cómo le cambiaba el semblante a su amigo. Su cara se tornaba seria y fría, mas continuó hablando—. Khazad-dûm está en los sueños de los enanos, y desean ver que se vuelven realidad… quieren recuperar el antiguo hogar… —el Rey tenía la mirada perdida, y Balin no sabía qué pensar. Insistió en la idea—. Dáin, nuestro pueblo quiere luchar por Moria, quieren volver a los antiguos palacios, recuperar los viejos tesoros, trabajar en la Gran Mina. ¡Desean conquistar Khazad-dûm y vivir allí otra vez!

—Balin —dijo Dáin con tono pausado y sombrío—. Mucho tiempo ha pasado desde los años de la Guerra contra los Orcos; más de ciento cincuenta años desde aquella dolorosa victoria. Entonces no entramos en Moria, aunque había algunos que lo deseaban. ¿Por qué habríamos de hacerlo ahora? —Dáin se puso en pie y comenzó a caminar lentamente por la sala, pensativo, en silencio. Balin le observaba esperando a que siguiera hablando. Tras un rato retomó el habla—. Aún recuerdo las palabras que le dije a Thráin en Azanulbizar:

“Tú eres el padre de nuestro Pueblo, y hemos sangrado por ti, y sangraríamos otra vez. Pero no entraremos en Khazad-dûm. Tú no entrarás en Khazad-dûm. Sólo yo he mirado a través de la sombra de las Puertas. Más allá de la sombra te espera el Daño de Durin. El mundo ha de cambiar y algún otro poder que no es el nuestro ha de acudir antes que el Pueblo de Durin llegue a entrar en Moria otra vez.”

(El Señor de los Anillos – Apéndices – J.R.R.Tolkien – Ediciones Minotauro – 2001)

—Y eso aún no ha ocurrido —concluyó Dáin.

—¿Y si hubiera otro poder? ¿Y si encontráramos un poder que nos ayudara en esta difícil cuestión?

—¿Un poder dices? ¿Qué poder, Balin? Dices que nuestro pueblo tiene el deseo nuevamente de volver a Moria, sin embargo ese deseo yo nunca lo perdí. A mí también me hubiera gustado entrar en Moria en aquella ocasión, mas no era el momento, y desde entonces sigo esperando a que algo ocurra que nos diga que ese momento ha llegado.

—Me refiero al Anillo de Thrór —intentó continuar Balin explicando los hechos al Rey Dáin—. Cuando asesinaron a Thrór su Anillo fue robado por Azog y …

—¡Yo maté a Azog! —interrumpió Dáin apoyándose sobre la mesa con ambas manos y mirando fijamente a Balin—. Yo maté a Azog y nada en él se encontró.

—Lo sé —continuó Balin hablando con tranquilidad—, y es por eso que creo que ese Anillo aún sigue perdido en Moria, o en la mano de alguna bestia asquerosa recorriendo los pasillos de nuestros padres.

—¿Y qué propones, Balin? —dijo Dáin irguiéndose nuevamente—. ¿Organizar una expedición que se adentre en Moria y busque el Anillo? Sería una locura. Después de tantos años las minas estarán infestadas de orcos y trasgos otra vez. Además, el hallazgo del mismo no supondría garantía ninguna de triunfo. Desconocemos el poder de ese Anillo —y cruzó los brazos a la espera de una respuesta.

—Cierto. Tendría que ser una expedición muy numerosa. Y no sabemos si el Anillo nos ayudaría en esta causa.

—Balin —continuó hablando Dáin con tranquilidad—, mi sitio está aquí y debo permanecer en él, tal vez para siempre. Erebor es real, estamos aquí y debemos vivirlo, debemos sentirlo. Siempre hemos pertenecido a Erebor, es nuestro hogar. Moria es sólo un sueño. Allí vivieron nuestros padres, pero ese reino se perdió. Y sé que algún día será recuperado, estoy seguro, mas ese tiempo aún está por llegar.

—Pero los rumores sobre Khazad-dûm son cada vez más numerosos, y no podemos desoír las voces de nuestro pueblo.

—No debemos, Balin —corrigió Dáin—. Pero hay que ser muy cautos y precavidos con lo que se desea, y más en temas tan importantes como este —se produjo entonces un silencio, a la vez que la cara del Rey se tornaba pálida—. Y luego está el Daño de Durin. Los enanos no tenemos ni el número ni el poder para enfrentarnos a tal rival —Balin agachó la cabeza ante tal afirmación, tal vez sabedor de que Dáin tenía razón—. Yo sentí el verdadero miedo una vez, frente a las puertas de Moria. No quiero volver a sentirlo. Lo siento, Balin. No prestaré atención a lo que parece sólo un rumor lejano.

La sala permaneció en silencio durante un rato, cada uno sumido en sus pensamientos. Balin se miraba las manos sobre la mesa de madera mientras que Dáin se mesaba la barba con los brazos cruzados y miraba al suelo.

—¿Sabes? Gandalf tenía razón —habló Balin nuevamente.

—¿Gandalf? ¿Qué tiene que ver Gandalf con todo esto? —preguntó Dáin con suma curiosidad, pero también con total sorpresa, pues no esperaba escuchar el nombre de Gandalf en todo este asunto.

—Hablé con él antes de separarnos en los límites del Bosque Negro. Me dijo que Moria es un asunto exclusivo de los enanos y que somos nosotros los que debemos decidir el futuro de nuestro pueblo. Yo te sigo a ti, y por lo tanto debo aceptar tus decisiones. Eres descendiente de Durin, y Rey bajo la Montaña, y por lo tanto debo seguirte igual que seguí a Thorin Escudo de Roble una vez —Balin se levantó de su asiento y se dirigió a Dáin. Le tomó la mano y añadió—. Tú nos guías y acepto seguirte como buen líder que has sido y eres. Por lo tanto acato tu decisión —e hizo una profunda reverencia en señal de respeto hacia su Rey—. Pero me gustaría hacerte una petición.

—¿Qué será, amigo Balin? —preguntó Dáin con curiosidad y una sonrisa nerviosa en la cara.

—Si un día este asunto se torna tan serio e importante, si un día las voces de nuestro pueblo se alzan en un deseo irremediable desde el fondo de su corazón… entonces las escucharás, y volveremos a replantear la cuestión. Al fin y al cabo nada es eterno y las cosas siempre pueden cambiar —acabó diciendo Balin con una sonrisa amable en la cara.

—De acuerdo, Balin. Si llega ese momento volveremos a hablar sobre este tema, y veremos qué hacer —dijo Dáin dándole un apretón de manos a Balin. Después hizo un largo y profundo suspiro y continuó hablando—. Pero… hay algo que aún no sabes, que nadie sabe.

Balin observaba a Dáin, preguntándose qué más había que hablar sobre aquel tema. Creía que ya estaba todo dicho pero parecía ser que no era así.

—Hace doce años —comenzó Dáin a relatar—, justo antes de la partida de Bilbo, Gandalf habló conmigo con palabras enigmáticas —la nueva mención de Gandalf hizo que la expresión de Balin cambiara de curiosidad a sorpresa. Esta vez el sorprendido de verdad era él—. Me dijo:

“Dáin, ahora te toca a ti ser Rey bajo la Montaña. Sé un Rey sabio y justo, y tu Pueblo estará a tu lado. Mas algo te diré, nunca abandones Erebor, pues presiento que debes permanecer en él; porque llegado el momento tu Pueblo te necesitará y deberás estar ahí para guiarlo.”

—Y eso he hecho desde entonces, y por eso no me planteo nada más allá de la Montaña Solitaria —dijo Dáin mirando a Balin a los ojos.

—Ya entiendo. Por eso Gandalf quería que hablara contigo y que fuéramos los enanos los que decidiéramos nuestro futuro —señaló Balin recordando las palabras del mago.

—Tal vez sea así, Balin.

—Pero él sabía que tú te negarías —dijo confuso—. No lo entiendo.

—Quizás a Gandalf tampoco le gusta la idea de que el pueblo enano piense en recuperar Khazad-dûm —dijo encogiéndose de hombros—. O tal vez sabe algo que nosotros no sabemos. Gandalf es así, siempre enigmático. Pero es muy sabio y sabe de lo que habla. Olvídalo Balin, no le demos más vueltas a este asunto —concluyó Dáin.

—Está bien. Lo olvidaré, por ahora —dijo Balin con resignación, aunque no quería desechar la idea por completo de su mente—. El futuro nos guiará en nuestros pasos.

—Así es, viejo amigo. Ven, vayamos arriba y comamos algo. Deben estar todos ya reunidos en los salones —dijo Dáin con una sincera sonrisa en su cara y palmeando la espalda de Balin, tratando de animar al viejo enano.

Fueron al salón y se unieron al resto de enanos, y comieron y bebieron mientras charlaban tranquilamente. Balin apartó sus preocupaciones de su mente y disfrutó de la compañía. Desde aquel día se dedicaría a ayudar a Dáin con los asuntos de Erebor, que eran muchos y variados. El paso del tiempo le diría si debía retomar aquella cuestión nuevamente. Así que decidió, como le había dicho al Rey Dáin, olvidarlo… por el momento.

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