Cuentos del gato disecado (III)

por Pluma de Escarcha

El gato disecado

El gato disecado

Roe que te roe, roe que te roe…  

Una figura arrinconada mal formada, susurraba y se inclinaba mientras escudriñaba en una rendija en la pared.

De su espalda asomaba, entre harapos roídos por él mismo, una joroba de lo más escalofriante, de la que supuraba algo amarillento. Tenía los nudillos de las manos encallados, tanto que no era capaz de estirar los dedos totalmente: llevaba demasiado tiempo usando los puños para caminar. Caminar como una rata…

Krack, que se puso el nombre a sí mismo, seguía escudriñando a la que, con un nerviosismo cada vez más inquietante, movía las huesudas manos alrededor del agujero, intentando hacerlo más grande

Roe que te roe, roe que te roe… Ssssshhhh!!-

Dio un respingo hacia atrás, siseando como una rata; casi le pillan.

Mientras, al otro lado de la pared:

-¡¡Ahrrrg, qué horror!! ¡¡Frank, Fraaaaank, deberías bajar al sótano, las ratas han vuelto, o es que no se han ido nunca!! ¡¡Baja in-me-dia-ta-men-te!! -gritaba, desde la otra ala de la casa, la señora D’Ampellonte cuyo marido, como siempre, hacía caso omiso a su estúpida y chillona voz.

-Despaaaciooo, dessspaaa… – el Sr. D’Ampellonte estaba con su navío de guerra a escala; era un momento frágil y, si se desconcentraba o temblaba demasiado, podría echar a perder todo el trabajo.

¡¡POOOMM!! La puerta se abrió de par en par, interrumpiendo la feliz atmósfera que respiraba  Frank:

-¡¡¿¿Por qué demonios tengo que estar siempre discutiendo contigo??!! -gritó furiosa, acusándole con el dedo índice, siempre con el mismo dedo donde lucía el anillo que heredó de su madre, que amenazaba salir volando cualquier día por la fuerza con que lo sacudía cuando le gritaba a alguien.

-Y voooos… -El hombre hizo una pausa, se levantó, dejó su quehacer destrozado sobre el escritorio  y caminó con toda paciencia hacia su mujer:

-¡¡¿Por qué puñetas tu voz de rata entallada es tan molesta?!! -Sin dejar que su señora mediara más palabras, continuó:

– Es mucho pedir… ¡¡¿Es mucho pedir que alguna maqueta de navío pueda quedar en esta casa libre de ti?!!-

Entonces, la mujer, para terminar, le decía, mientras jugueteaba con el anillo y subía la voz progresivamente:

-Si me hicieras caso alguna vez, podría llamar a la puerta, o esperar a que bajaras, pero no me dejas más remedio ¡que tomar mis propias decisiones!

-Está bien, pero digo yo… ¿no sería más fácil que llamaras a un exterminador o alguien experto? Ya sabes lo que me pasó la última vez ¡un poco más y no salgo de allí abajo!

-¡No me vengas con excusas, ve y punto! -sacudía de nuevo el dedo en dirección al sótano-. Ya sabes que esa gente te estafa, no existen los expertos, son sólo muertos de hambre. No hay más que ver la ropa que llevan, esos harapos, ¡¡uuuuuggg!!- se retorcía en un escalofrío.

El marido se llevó una mano a la cara y otra a la cabeza, para frotarse con rabia contenida y contestar algo más prudente:

-Me parece que tener esta conversación contigo, esposa mía, es perder el tiempo… Mañana llamaré al exterminador y no hay más que hablar, ¿entendido?

-¡Está bien, tú ganas, como siempre!

Con aires de grandeza, la señora terminó de decir esto, se marchó escaleras arriba y para cuando su marido la perdió de vista maldijo por lo bajo.

– La única que aquí siempre gana, eres tú. Hasta que no termines de tirar todos mis navíos, no descansarás, bruja…!

Resopló, inspiró y espiró varias veces y se fue a ver si podía arreglar el estropicio.

Krack, Krack, roe que te roe, roe que te roe…-murmuraba mientras se reía casposamente, enseñando unos dientes afilados y corroídos de sarro. Había escuchado por las rendijas de la ventilación toda la discusión de los señores de la casa.

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TIC-TAC…TIC-TAC… el enorme reloj de madera de roble hacía eco en el sótano. Krack yacía encorvado y afanado con algo que le hacía reír y canturrear por lo bajo.

Lo hice, lo hice, lo conseguí, mis niñas festejan porque estas aquí, jjjjjjjj

¡¡Tin, tin, tin,… tin, tin, tin…!!  Krack, toqueteaba con las uñas una especie de tarro de cristal que contenía algo nada usual: un gato albino, disecado, que descansaba sentado sobre las patas traseras. El tarro llevaba un trozo de madera, a modo de placa, en donde Krack había grabado a navaja: “En onor a mis pekeñas”.

Parece ser que el propio Krack se había hecho con el minino, que se encontraba enterrado en el jardín de atrás de la casa. La señora, que adoraba a su pequeño Gastón, se lo había encontrado muerto sobre un charco de lo que parecía ser su propio vómito. Al analizar la situación, supuso que se había comido alguna rata envenenada, lo que habría provocado su fallecimiento, y nunca sospechó que el responsable de todo era un ser que habitaba en su hediondo sótano y cuya existencia ignoraba por completo.

Por supuesto, Krack se había encargado del animal. Tenía que vengarse:  por culpa de esos dos habían muerto muchas de sus amigas roedoras.

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Uruk Valandil

Un ser a lo Gollum….