por Sutter Cane
El hombre del cable aparcó la furgoneta justo en frente de la casa, y tardó menos de un chasquido en saltar del vehículo enfundado en su mono azul y encaminarse hacia la puerta con la caja de herramientas en la mano. Atravesó el pequeño jardín bien cuidado, entró bajo el porche y mientras se encendía un cigarrillo llamó al timbre de la puerta de aquella casa de dos pisos, de madera, estilo americano. Era una barriada de gente más bien acomodada, casas en hilera, barrio tranquilo.
Dolores DeGaulle era una mujer extraña. Anciana tenaz y de salud firme, de las que zascandilean por los pasillos al anochecer. Iba de habitación en habitación, andando pasito a pasito; con su mentón duro y valiente, como tallado en madera recia, visitaba todas las estancias antes de sentarse en su sillón favorito a ver la televisión. Allí a oscuras, sin apenas más luz que la de la vieja pantalla y una lamparita de noche, la mujer clavaba sus ojos en el tubo de rayos catódicos mientras, en segundo plano, pensaba sus cosas y, además, cosía. De vez en cuando giraba la cabeza para emitir algún juicio de valor sobre lo que veía en el televisor, comentándoselo a su vieja mascota, un gato blanco disecado que, impertérrito, vigilaba el televisor junto a su dueña, colocado a su lado en una mesita de noche, toda la escena envuelta por los dibujos victorianos verdes del papel de la pared que cubría todo el salón.
Dolores se levantó a ver quién era el indeseable que venía a perturbar su paréntesis de tranquilidad. Se enfundó sus zapatillas de estar por casa y fue a abrir la puerta. Al abrirla, clavó su mirada en el hombrecillo con el cigarro en la boca y la caja de herramientas.
Sin decir ni pío, ni contestar al “buenos días” del operario, lo hizo pasar y le indicó con un ademán de la mano en dirección al televisor, que se veía realmente mal.
El operario, sin levantar la cabeza de la caja posterior del televisor, debido al tabaco no podía oler el rancio de todos los objetos de la casa, muy ordenada, pero sí notaba en la nuca la inquisidora mirada de la anciana y del gato que, inamovibles, no lo dejaban trabajar tranquilo. También notó en la nuca, minutos después, la primera de las doce puñaladas con un cuchillo carnicero que le asestó la mujer al pobre electricista, con una precisión quirúrgica, en el bulbo raquídeo.
Dolores DeGaulle, doctora y cirujana en su juventud, fue una mujer férrea y ocupada, sin apenas alteraciones de vida hasta que, en 1974, la policía entró en su casa y la detuvo allí mismo, sentada en su sillón, acusada por el asesinato de quince personas, cuyas cabezas se conservaban en tarros en los que confeccionaba una especie de conserva de carne, con bastante tomate, pimiento, ajo, laurel y todo muy condimentado, óptimo para su conservación sin frío durante largos años.♣
Puta vieja jajaja