8º relato -fuera de concurso- del VII Concurso de microrrelatos -Noche de Difuntos 2022

EJÉRCITO VERSUS VAMPIROS
JLBelloq 

—¡Señor, los vampiros pasan a la ofensiva, esto es un infierno!

—Lo sé, teniente… Láncenles una buena andanada con todo lo que tengamos: ametralladoras, granadas, obuses, lo que sea.

—Es que las balas no les hacen nada, mi comandante. Y, como se regeneran, las bombas solo los dejan tullidos durante un rato.

—Sí, claro, qué tontería acabo de decir. A esos se les da caña con cruces: que la tropa se haga unas con lo que puedan.

—Pues… eso lo probamos la semana pasada, antes de su llegada, y los ajos también, y nada. Solo conseguimos atufar el campamento y que se nos fueran unos cuantos reclutas al Seminario. Y los vampiros se llevaron las cruces, los muy bordes, encima. Para decorar los ataúdes, nos decían.

—Está bien, sí, tiene usted razón, qué novato que soy… Pues envíe entonces al escuadrón de hombres-lobo, esos sabrán darles lo suyo a esos chupasangres.

—Tampoco vale, ya lo hicimos y, como se conocen desde hace tantos años, se fueron de cañas y luego a jugar a las cartas. Y a contarse batallitas: que si la luna llena, que si me apuesto un litro de sangre en esta baza, que si recuerdos a Drácula, que si vaya con las vampiresas transilvanas, que si qué machos los licántropos, que qué viriles se les ve con ese pelazo y esos músculos y las bocas babeantes… Vamos, que se montaron una reunión de colegas que les duró todo el día, y luego se fueron de juerga. Nada que hacer, señor.

— Qué difícil es esto, no creí que lo fuera tanto cuando acepté el mando… ¡Ya lo tengo! Dígaselo a Hulk, que sé que anda por aquí y es de los nuestros.

—¡Buf, Hulk! Lo siento de nuevo, pero no es posible, se fue de borrachera con Lobezno y ya se puede imaginar lo que son esos dos bebiendo. Una semana se han tirado, y la resaca les durará otro tanto, y cuando están de mala leche les da igual todo y es peor el remedio que la enfermedad. Tenemos que dejar que se les pase la mona, no se puede hacer nada.

—A veces parece que todos estos son infiltrados de los vampiros… ¡Ah, espere, tenemos un triunfo que no se esperan! ¡Las brujas, mándelas a ellas, que son la caña!

—Ejem, bueno… las brujas, no sé… Esas están todas coladas por los vampiros, que dicen que son guapísimos. Tienen posters de ellos en sus taquillas, que se creen que no nos damos cuenta, y se les van los ojos cuando pescamos alguno y lo paseamos por el campamento; y también los jalean cuando andan de pescuezo en pescuezo con nuestros pobres soldados, en vez de ayudar. Esas, como salgan de aquí, se pasan al otro bando, fijo. Enamoradas perdidas es lo que están, parece que sigan todavía en el Instituto.

—No me da usted ni un respiro, teniente… Pero sí, tiene usted razón de nuevo, no podemos mandar a esas arpías medio locas para que luego nos vengan a tocar las narices a nosotros. Hay que pensar otra cosa, y pronto. ¿Qué falta por probar, a estas alturas?

—Todavía no hemos sacado a los aliens, señor, aunque esos ya se sabe, no reconocen ni a su padre cuando andan sueltos por ahí, yo no me fiaría.

—¿Y el predator? ¿No le hacen caso a ese tío?

—Qué va, eso es lo que él se cree, que es como el pastor con sus ovejas. Pero yo he visto a los aliens, cómo se cachondean del pobre y cómo le gastan bromas pesadas todo el rato. Como meterle huevos en la taquilla para darle sustos; o cambiarle la gaseosa por un vaso de ácido sin que se de cuenta; o esconderle las armas en los conductos de ventilación, que saben que luego se pierde porque no tiene sentido de la orientación. No, mi comandante, creo que sería un cachondeo, no lo recomiendo.

—¿Alguno más? Me pareció ver un Cthulhu en el inventario.

—Sí, otro que tal baila. Lo sacamos una vez y arrasó con todo. A los vampiros se los llevó por delante, a un montón, pero a nosotros nos dejó el cuartel en barbecho. No compensa. Desde entonces lo tenemos atado en una jaula con música de Enya, para que esté tranquilo.

—Total, que no hay nada de lo que echar mano. Al final nos ganan y no cobramos este mes, me lo estoy viendo venir. Y encima se van a pitorrear de nosotros, que esos son unos cachondos mentales de cuidado.

—Ya le digo. El mes pasado vinieron disfrazados de termineitors, y vaya susto que nos dieron. Se partían el pecho, los tíos. Y otra vez se presentaron vestidos de payasos, aunque esa les salió el tiro por la culata, porque los recibimos a manguerazos y no vea cómo corrían por el campo de batalla, con lo poco que les gusta el agua. Parecía aquello el final de un episodio de Benny Hill.

—Más cosas, a ver… ¿Y esas cajas que he visto en el almacén, las que pone “arma secreta”?

—Ah, eso, sí. Lo siento también, pero ya se han probado y nada. Eran cajas de móviles a la última. Se los regalamos a los chupópteros y al principio funcionó, cuando se engancharon al Facebook y al Candy Crush. Cazamos a muchos de ellos, ensimismados con la pantallita. Otros se pelearon entre ellos porque los amigos no les daban “likes” con el suficiente entusiasmo. Pero duró poco, hasta que se les gastaron las baterías, porque alguien en Intendencia olvidó enviar los cargadores y así quedaron un porrón de teléfonos inútiles y un ejército de vampiros frustrados y cabreados porque no podían atender sus redes sociales. Fue casi peor, pues aparte de chupar la sangre a nuestros soldados, ahora les roban sus móviles.

—Pues se me acaban las ideas, y usted verá qué hacemos.

—Hay una cosa que no hemos probado todavía, pero bueno…

—Venga, suéltelo ya, no se vaya a poner a darle emoción ahora, hombre.

—Es que es una idea que me ronda la cabeza… Creo que a los vampiros hay algo que les da miedo de verdad, me lo dijo uno que conozco, un día que nos emborrachamos.

—¿Bebió alcohol con el enemigo? Teniente…

—No es lo que piensa, mi comandante. Era el espía de ellos, ese que da vueltas por aquí rebuscando entre los papeles, que luego manda lo que le parece con murciélagos mensajeros, aunque da igual, solo envía facturas porque no se entera, está todo el día con la cogorza.

—¿Y qué es eso que les da tanto miedo? Venga, no me tenga en ascuas.

—Pues verá, señor, a los vampiros les provocan pavor los hombres vestidos de mujer…

—¡Qué me dice! ¿Y eso cómo lo podemos aprovechar?

—Yo había pensado que vistiéramos a la tropa con faldas y tacones, y los mandáramos fuera. Cuando los otros huyan despavoridos les conquistamos el castillo y les pintamos los ataúdes de rosa y les empapelamos las paredes con estampados de flores, y les escondemos altavoces con Cadena Dial. Esos no vuelven a ocupar el castillo en años, se lo digo yo.

—Pinta bien… ¿Y de dónde sacamos las faldas? No pienso pedirlas al Cuartel General, que allí trabaja mi cuñado y no quiero que se cachondee de mí en la cena de Navidad.

—Eso es fácil, se los pedimos a la Brigada de Coros y Danzas, y listo.

—Si esto funciona, le pongo una docena de medallas, teniente, y creamos nuestra propia Brigada Contravampírica Travestida.

—Lo hago por la patria, mi comandante.

—Pues decidido, lo pongo al mando de la Brigada. ¿Para el peinado, prefiere moño o coletas?

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