CAMINA CONMIGO
Joaquín Carballo
Fuera reinaba la noche oscura y el cielo descargaba su ira sobre Bistritz. Dentro no había nada que temer. El matrimonio y sus dos hijos se encontraban a salvo del temporal en la acogedora casa familiar. Kristian, de doce años, se acercó a la chimenea con algunos troncos para alimentar el crepitar lento y dulce del fuego. La pequeña Marishka, de tan solo tres años, lloraba sin cesar desde su cuna con inusual rabia, desafiando a los mismos truenos. Su hermano intentó consolarla sin éxito, asumiendo el rol de cabeza de familia que había desempeñado durante más de tres semanas debido a la desaparición un tanto extraña de su padre. Extraña porque cuando salía para cazar empleaba tan solo unos días y nadie conocía los motivos de tan larga ausencia. Esa misma tarde había regresado abruptamente al hogar, jadeante, con rostro, blanquecino y desencajado. Celebraron volver a verle, a pesar del lamentable estado que presentaba y de su misterioso comportamiento.
– Llévale un poco de caldo caliente. Le vendrá bien- ordenó Katerina a su hijo. El muchacho tomó el plato, un mendrugo de pan y entró en el dormitorio donde su padre parecía descansar. Lo encontró con un rifle en la mano y un crucifijo de madera que le colgaba del cuello en la otra, mirando temeroso por una pequeña rendija de la ventana, totalmente cubierta por maderas que habían sido precipitadamente colocadas.
– Padre, le traigo un poco de…- Como un resorte el padre se volvió hacia Kristian asestando un manotazo en el plato de sopa y derramándola por el suelo y buena parte de una de las paredes de la habitación. Ambos se miraron a los ojos y el joven quedó sobrecogido por la violenta respuesta de su progenitor.
– ¡Déjame maldita sea!… Condenada niña… Dile a tu madre que le zurza la maldita boca o la callaré yo! ¡Acabará llamando su atención y vendrá para matarnos a todos!- Kristian salió de la habitación para contar lo sucedido a su madre y entre los dos intentaron calmar el desconsolado llanto de la niña para evitar empeorar la situación. Todos los esfuerzos eran inútiles. La pequeña gritaba y lloraba más cuanto más azotaba el temporal. La madre se armó de valor para intentar averiguar qué sucedía.
-¿Qué es lo que te ocurre?¿Qué le has dicho a nuestro hijo?- preguntó Katerina entrando en el dormitorio, mientras Kristian cuidaba de Marishka. Häns se giró y se acercó a ella nervioso para susurrarle al oído, como si hubiera alguien en algún lugar con la capacidad de escudriñar sus palabras.
– Esas historias que se escuchan desde hace años, son ciertas. Ese diabólico ser existe y es terrible. He visto su imponente figura y como sometía a su voluntad a los perros y caballos. Se mete en tu cabeza de manera inexplicable y te dice cosas que nadie más es capaz de oír, solo tú. Te debilita con su discurso, como si la voz saliera de lo más profundo de ti, y se adueña de tus actos…
-¿Quién?¿De qué demonios hablas?- preguntó extrañada Katerina.
-Del amo del castillo que está más allá del Paso de Borgo.
-¿Más allá del Paso de Borgo? Nadie transita por esos lugares desde hace mucho tiempo. Dicen que el amo del castillo murió. Estoy segura de que son temores infundados. Debes serenarte y descansar- exclamó Katerina.
– Una fuerza incontrolable me condujo hasta allí… No ha muerto. Él no muere. ¡Le he visto con mis propios ojos! Me ha mirado y he sentido como me dominaba con sus palabras. Quiere a la niña. Dice que es suya y que tenemos que entregársela- concluyó Häns.
Katerina le miró de manera compasiva y le acarició la cara. Trató de reconfortarlo con un abrazo, consciente de que su marido se encontraba en una fase de delirio extremo.
-Häns… Ven al fuego y toma un poco de caldo. Los niños están asustados y tu actitud no ayuda. Nadie se va a llevar nada ni a nadie. Lo has pasado muy mal estos días. No hay más que verte. Ni siquiera sabemos dónde has estado y qué has hecho. Necesitas recomponerte.- El hombre trató de entender lo que su mujer decía, pero el miedo y la rabia no tardaron en hacer acto de presencia y agarrándola fuertemente se preparó para tratar de hacerle entender su historia.
De repente un ruido en el comedor les paralizó y el llanto de la pequeña cesó. Häns agarró a su mujer del brazo y la arrastró tras él. Una enorme figura negra parada en el centro dominaba la estancia sosteniendo algo en sus brazos: era la hija de ambos. Horrorizado, tomó el crucifijo de su cuello y, cuando se disponía a mostrarlo a aquel ser, sintió que alguien saltaba sobre sus hombros y un objeto metálico y frío recorría su cuello de izquierda a derecha.
El tiempo se detuvo. Se llevó las manos al cuello, pero la sangre brotaba con demasiada velocidad. Con la vista nublada por el shock, vio aparecer a su hijo por detrás con un cuchillo ensangrentado en su mano derecha, colocándose al lado de la majestuosa presencia. Le siguió Katerina, ubicándose al lado opuesto de su hijo. Herido de muerte, cayó de rodillas, presenciando con horror que su familia formaba parte de algo terriblemente oscuro y diabólico y sintiendo que su vida se apagaba. Finalmente se desplomó. Drácula dejó a la pequeña en el suelo y esta caminó a gatas hasta el cuerpo sin vida de su padre, bebiendo la sangre derramada, como un cachorro sediento.
-Camina conmigo en la oscuridad, pequeña.
Ni Katerina, ni Kristian, ni nadie más en el pueblo volvió a verla. El Conde la convirtió en la primera de sus fieles siervas.
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