4º relato (de 9) concursante del IV Concurso de microrrelatos -Noche de Difuntos 2018-

UN INSTANTE ANTES
Luis Galván

— Paso a paso.

Toda piedra hace pared y cada pequeño avance supone un logro para conseguir mi objetivo. Llevo demasiado tiempo dándole vueltas y por fin todo parece estar perfectamente asido. Nada puede fallar. La sed de éxito despierta en mí una irrefrenable sensación de impaciencia y euforia pero también de cautela y determinación.

Es hora de poner las cosas en su sitio y demostrar mi valía despejando todas las dudas. Ha habido momentos de vacilación, negros nubarrones que sobrevolaban sobre este desafío autoimpuesto. Ganarle la partida a la muerte, arrojar algo de esperanza al sufrimiento que provoca la pérdida de un ser querido, con el que tanto has compartido y que te ha ayudado a construir tu experiencia vital.

No he sucumbido. Más pronto que tarde podré mostrar a la comunidad científica, y quién sabe si ante toda la humanidad, que yo, el joven Victor Frankenstein, he desafiado las leyes de la naturaleza, proporcionando vida a un cuerpo inerte.

Llegar hasta aquí no ha sido fácil. Años de estudio, noches en vela ordenando en mi cabeza todo el conocimiento, extraído de los más grandes. Ellos me han dado las claves, pero sólo yo he sabido conjugar toda esa información en un nuevo lenguaje. Únicamente mi talento ha sabido ver la luz del camino que ellos tan solo esbozaron. En este momento les honro a todos y cada uno de ellos. Pero el triunfo será mío.

Vienen ahora a mi memoria todas aquellas personas que han sido pilares fundamentales en mi vida y que por infortunios del destino no están hoy a mi lado. Mi amado padre, siempre al cuidado de nuestro bienestar y nuestra educación, regido por una integridad ética y moral fuera de serie. Mi prima, Elizabeth, cuya dulzura y virtud siempre han serenado mi alma inquieta y alimentado mi espíritu.

Cuán agradecido les estoy y cuánto aliento me han proporcionado sin ellos saberlo durante las largas noches de trabajo recomponiendo los pedazos de carne muerta, ensamblando las nauseabundas piezas extraídas de los lugares más lúgubres, a escondidas, temiendo en algunos momentos incluso por mi propia vida. Cuando el olor a putrefacción invadía mis sentidos, eran ellos los que borraban la más leve idea de abandono. Si, he de reconocer que durante todo este proceso, he tenido que experimentar situaciones verdaderamente terribles y espantosas.

Sé que mis actos podrían escandalizar a cualquiera, pero que poco importa si lo que se persigue es el progreso de la humanidad y el bienestar de la sociedad, fines nobles que avivan la llama de mi voluntad. Sé que ellos comprenderán todas las calamidades por las que he tenido que pasar, poniendo en juego mi integridad física y mi buena salud. La sociedad no debe juzgarme. Lo he hecho por ellos. Por todos ellos.

Y si ellos pueden entenderlo, cualquier otra persona también lo hará. No se trata de herejía, ni de alquimia. No es brujería. Es ciencia. Una ciencia tan rigurosa y necesaria como la que se enseña en la universidad. Esa universidad a la que me incorporé con fervoroso deseo de aprender y de exponer mis inquietudes y de la que fui expulsado como un proscrito. Llegará el día en que sus puertas se abran de nuevo para recibirme. Tendrán que tragarse todas y cada una de las palabras que dijeron sobre mí y sobre mis ideas, reconociendo la genialidad donde antes solo vieron locura y desvaríos. Ingolstadt, algún día volveré.

Esta noche todo cobrará sentido. Ha llegado el momento. Todo a punto. El último esfuerzo, el primer soplo de vida.

Vive. Abre los ojos para ver el mundo y que el mundo te conozca a ti.

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