SACRIFICIO
Loli Navarro
Nada en este mundo me ha consumido como Ahmed, “El Más Alabado”. Desde la primera vez que lo vi —en aquella aula desierta, donde los vitrales filtraban una luz moribunda— supe que no había regreso posible.
Él hablaba del Círculo de Arena, una secta que buscaba el conocimiento absoluto a través de la entrega total: mente, cuerpo y alma. Yo solo veía sus labios al pronunciar esas palabras y sentía que toda mi razón se derretía ante su fuego.
Nos reuníamos en secreto, entre manuscritos y símbolos prohibidos. Cada encuentro era una liturgia: su respiración se mezclaba con mi miedo, su piel olía a pergamino antiguo y promesa eterna. Ahmed decía que la pasión y el horror son hermanos, que solo amando sin medida uno toca el borde de lo inefable. Yo creía en él más que en Dios.
Una noche me pidió que lo siguiera. En un sótano olvidado, el aire vibraba con voces que no eran humanas. En el centro del círculo me besó, y comprendí, en un destello de terror y éxtasis, que me ofrecía en sacrificio. Su cuerpo ardía con una luz interior, y de sus ojos brotó un resplandor que me hizo caer de rodillas.
Desperté entre ruinas, con su nombre grabado en mi piel como una marca incandescente. Desde entonces lo oigo llamarme en sueños. No sé si lo amo aun, o si él habita ya dentro de mí como una divinidad que devora y consuela a la vez.




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