4º relato concursante del X Concurso de Microrrelatos (2025)

PÁMPANO ENVENENADO
DDarío


No me voy a quitar la vida por que no soportara mas el dolor de vivir, del mismo modo que la rosas no tienen espinas por que no soporten la atmósfera que las rodea. Tienen espinas porque es un acto de fe y actitud. No me arrebatara el anima el cansancio, yo terminaré con mi pulso, mi amor, porque lo decido yo, porque tu no me arrebataras la libertad con miedo.

Terrible es el acto que voy a cometer, duro, ácido, tiene aristas, como el arte masculino. Y aunque mis palabras son suaves y con curvas, describen terribles noches que aborrezco mirándome desnuda. Espantada, con el corazón desorbitado.

A veces en un acto de puro sadismo me miro en el espejo, abiertas mis piernas, y me maltrato con la mirada una y otra vez, ensimismada en el epicentro mismo de esta deidad espantosa que tengo por centro de la creación. Mi cuerpo es tan bello, y lo he tratado tan mal que una vez tras otra me avergüenzo.

Me baño y me miro, me acaricio, tumbada en el agua, casi flotando, los brazos, para aliviar el dolor de las tareas diarias en esta cárcel que llamo hogar, de estos esfuerzos que son míos y no son para mi. Y esta piel que me cubre es, tan fuerte, que me llena los ojos de lagrimas. Estas caen en el agua mientras intento perdonar mi reflejo, mientras repito una y otra vez para mi interior, que ya basta, que eres bella, tal cual. Y no es baladí: mis formas son suaves, redondas. Mi pecho esta lleno de amor y mis hombros pueden levantar un hogar y espantar las tristezas de un niño. Son bellas y fuertes mis piernas y mis pies han caminado por ti lo que no han caminado por mi. Y por ello me maldigo.

Tiene, esto que padezco, un termino medico que no me importa, un informe de psiquiatría, una enciclopedia me ha predicho por numero y página. Y que dice un señor en bata blanca que sufren poquísimas mujeres en el mundo. Así que tengo ahora dos nombres, y un apellido, síndrome de alguien que lo estudió. La soberbia, no se dan cuenta que ese indeseable titulo honorifico que a mi me otorgan no me importa. Esa pirrónica victoria que me escriben en papel impreso estos hombres viejos no me proporciona ningún alivio. Que les importa a ellos si en mis mas lascivos viajes nocturnos, en la intimidad, siento nacer de mi vientre sanguinolentos apéndices que sobresalen de mis labios, que me estrangulan, que reptan entre mis piernas entrelazadas, bañando de sangre mis rodillas. No les importa sino los números, no mi lucha. No les importa mi espanto, mi auto desprecio, mi incapacidad para procrear.

No me lo perdono. No tengo derecho ni a mirar otra criatura angelical en los parques. He llegado a odiar a los niños. Cuanta mas ternura me inspiran, cuantas mas ganas nacen en mi pecho de traer a este mundo un tierno corazón al que proteger, mis recuerdos y mi odio se apoderan de mi, letales, portando bajo el brazo instintos crueles que han terminado por hacer de mi una mujer con la mirada torcida entre los arboles, allá donde el amor y la ternura reinan yo solo acuno actos criminales. Que amarga es la miel cuando no puedes beberla.

Ya no quiero mas ver en el espejo ese ser obsceno que empieza a brotar cuando me desvisto, cuando me desnudo. El proceso siempre es el mismo. Al principio, en mi adolescencia era tan solo aquella fobia perpetrada por la falta de autoestima. Luego fue enfermedad. Ahora, mi mente es un monstruo maltratador y lisérgico. Primero es un pequeño triangulo oscurecido por el vello, que cae suave bajo mi vientre, hacia mis piernas. Todo parece normal y me engaño pensando que, por esta vez, puede que mis pensamientos me respeten. Me acaricio el vello, negro y protector, fantaseo con asearme, recortar y embellecer un poco, en un acto de cuidado y ternura hacia mi, tímido recipiente de vida. Sin embargo, la realidad no tarda en envilecerse, y de mi sexo nacen deformidades y olores, protuberancias que crecen. Lo que antes eran labios ahora son bultos, y lo que eran bultos ahora son otra cosa que no soy yo, formas orgánicas ajenas, oceánicas. Palpos, apéndices octópodos que serpentean indignamente entre mis muslos. Y entonces me odio, me golpeo. Ya no hay una sola vez que mire mi epicentro y no lo vea deformado, reptando bajo las sabanas empapadas en busca de mi locura. Sonrisa vacía y vertical, tormento del deseo. Pámpano envenenado, viña de sarmientos vivos, parra de uvas inhumanas.

Pero ya no me golpearé mas. Voy a restaurar todas las hojas de ternura que el odio ha desojado en mi poemario a golpe de rencor. Porque yo decido mi libertad y mi libertad está en mi muerte. Yo decido quien me ataca y no quiero atacarme. Mi amor será proactivo, y los pétalos de mis flores tienen actitud y valor por gotas de rocío. Yo saldré victoriosa de esta batalla contra mi mente, por que en mi esta decidir y nadie puede decidir por mi. Pueden arrebatarme mis anhelos, puede, ese monstruo tentacular, manchar mi vientre, ensuciar mis muslos, rasgarme brazos, piernas, sueños, pero no me arrebatará la capacidad de decidir como quiero mi cuerpo y mi dolor. Como acuno en mis fantasías, entre mis brazos, el fruto de mi interior.

Bookmark : permalink.

Leave a Reply

avatar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

  Subscribe  
Notificación de