Nostalgia de los Khazad (relato, parte tercera de cinco)

Nostalgia de los Khazad (continuación)

por Antonio Carlos Ruíz Borreguero

Parte tercera

El invierno pasó lentamente entre las rutinas diarias del asentamiento; como extraer materiales, clasificarlo, almacenarlo, trabajar en la fragua, darle forma, preparar la mercancía para comerciar, hacer inventario de suministros que se necesitaban; y con mucho frío pues ese invierno fue más intenso de lo normal y las nevadas fueron numerosas y muy copiosas; incluso tuvieron que despejar la entrada del refugio en más de una ocasión para evitar quedarse atrapados dentro. No se volvió a hablar del tema entre ellos en todo ese tiempo, y mientras Balin le dio muchas vueltas en su cabeza a todo el asunto. Quería abordarlo de forma adecuada, quería tomar la decisión correcta llegado el momento, y tarde o temprano ese momento llegaría.

Con el inicio del buen tiempo primaveral Balin decidió que era el momento de partir de vuelta hacia la Montaña Solitaria. El viaje era largo y quería además hacer alguna que otra parada en su camino de regreso. Así fue que una mañana clara, con escasas nubes en el cielo, una brisa fría aún en el ambiente, y todavía montones de nieve aglomerada en los lugares más ocultos, Balin decidió que se iría. Tenía preparadas desde hacía días sus escasas pertenencias y lo único que tuvo que pedir fue provisiones para los días siguientes, pues por la ruta en la que pensaba dirigirse podía adquirir lo necesario para continuar su travesía. Pero para su sorpresa descubrió que ese viaje no lo haría de vuelta solo.

—Amigo Borin, vengo a despedirme con tristeza en mi corazón, pues parto de vuelta a mi hogar y no sé si volveré a verte —dijo Balin. Ambos se encontraban junto a la entrada del refugio de piedra, y en ese momento aparecieron Úri y Kúri desde el interior, y vio que había más enanos fuera, cargados con barriles y fardos en unas carretas, y parecía que Borin le esperaba.

—Amigo Balin, aún no es el momento de la despedida. Algunos nos dirigimos a comerciar con los hombres que hay un poco más al este de aquí, y hasta allí iremos juntos.

—Oh, no esperaba partir con compañía, aunque sólo fuera en parte del viaje.

—Y no sólo en parte. Hemos tenido una charla Úri, Kúri y yo anoche en privado. Mis muchachos me expresaron su deseo de conocer las tierras más al este de las nuestras, y sus ganas de ver el gran reino de Erebor, y aunque con pesar en mi corazón por la separación, doy mi beneplácito para su partida y que te acompañen en tal singular viaje, pues su deseo de viajar es grande y yo no puedo impedírselo. Además necesitarás ayuda, o al menos compañía, ¿no es así?

—¡Sin duda! —dijo Balin—. Es toda una sorpresa para mí recibir esta noticia, y os estoy muy agradecido a todos por tantas atenciones recibidas —e hizo una profunda reverencia en señal de agradecimiento.

—Sólo te pido que cuides de mis muchachos. Son fuertes y valientes, pero también jóvenes e inexpertos, y necesitan de alguien que les enseñe. Y llegará el día en que te des cuenta que será el momento de mandarlos de vuelta, y esperaré ese día con ansia, pues estoy seguro de que traerán nuevas que contarme.

—Así será —agregó Balin con una sonrisa.

Y partieron todos camino abajo hacia el pie de las montañas en dirección a las tierras del este. Iban Balin, Borin, Úri, Kúri y una decena más de enanos. Marchaban despacio, pues estaban cargados de productos para su comercio; llevaban toda clase de herramientas de trabajo para carpintería y herrería, algunos utensilios para que los granjeros usaran en sus campos, y algunas armas y piezas de armaduras que en estos tiempos eran menos requeridos, pero siempre venía bien llevarlas puesto que a cambio podían conseguir bastantes provisiones o alguna cabeza de ganado.

Tras varias horas de viaje, el sol ya había atravesado su cenit y descendía llegando la tarde. Aún quedaban algunas horas de luz cuando el camino de Borin y su caravana mercante se separó de Balin y de sus muchachos. Fue una despedida triste para el capitán enano, pero Balin le prometió que los cuidaría y que volvería a verlos. Y así fue como los tres compañeros siguieron rumbo al este en solitario.

Atravesaron la Comarca y continuaron hacia Bree. Balin amenizaba el viaje con historias sobre el honorable Bilbo en la aventura vivida años atrás, y sus acompañantes escuchaban muy atentos todo lo que decía. Aun así el viaje era lento y cansado, pues iban a pie; tardaron varios días en llegar a la pequeña aldea. Una vez en Bree Balin consiguió unos ponis, por lo que la travesía se tornó más rápida y placentera. Siguieron el Viejo Camino y tras varias jornadas de marcha llegaron al Bosque de los Trolls. Nuevamente Balin volvió a deleitar a los jóvenes enanos contando la aventura vivida en aquellos bosques, sin dejarse ni un sólo detalle. Y así, poco a poco, llegaron a Rivendel un día lluvioso con el cielo totalmente encapotado.

Quiso la casualidad que Gandalf también se encontrara en Rivendel en aquellos días, por lo que Balin meditó la manera de hablar con el mago antes de partir. Mas Gandalf estaba siempre ocupado y el viejo enano no encontró un solo momento en el que pudiera hablar a solas con él. Descansaron durante varios días en la ciudad élfica y los hermanos enanos se maravillaron con aquel lugar. Pero deseaban continuar su travesía pues su mayor deseo era llegar a Erebor, y pasada una semana Balin decidió que debían partir. Para su sorpresa resultó que Gandalf partiría con ellos y les acompañaría en parte de su viaje atravesando las Montañas Nubladas.

Se despidieron de Elrond una mañana despejada y clara, y marcharon hacia las montañas. Pensaban que el camino sería tedioso y difícil, a la vez que peligroso, pero tenían a Gandalf con ellos. El mago conocía todos los recovecos de aquellos lugares; sabía dónde podían parar y refugiarse, y dónde debían avanzar con celeridad para evitar que un mal cayera sobre ellos. Así que a los pocos días atravesaron el Paso Alto y unas jornadas después llegaron a un profundo valle del otro lado de las montañas en donde el sendero comenzó a descender hacia tierras más llanas. Entonces pudieron ver a lo lejos la masa verde y oscura que era el Bosque Negro.

Esa noche acamparon debajo de un saliente rocoso, que sobresalía de la ladera de las montañas, y que estaba rodeado de un pequeño bosque de pinos. No encendieron ningún fuego pues no querían llamar la atención estando tan cerca aún de las montañas. Así que se dispusieron a tomar un bocado y descansar mientras la luna se alzaba en el horizonte.

—Nos queda poco para salir definitivamente de las montañas. Después ya sólo resta avanzar hacia el Río Anduin y atravesar el Vado Viejo hacia el Bosque Negro —explicó Gandalf a los enanos—. Allí se separarán nuestros caminos.

—¿Cuánto tiempo nos llevará llegar allí, señor Gandalf? —preguntó Kúri.

—Calculo que dos o tres días hasta el Gran Río, y después un día más hasta el borde occidental del bosque —contestó Gandalf—. Será una travesía fácil.

—¿Son peligrosas estas tierras? —ahora era Úri el que preguntaba.

—Bueno… digamos que sí. Pero con cautela y precaución, y viajando a la luz del día no deberíamos tener problemas. Ni vosotros tampoco deberíais tenerlos cuando prosigáis vuestro camino.

Entonces Gandalf se percató de que Balin estaba muy callado aquella noche, sumido en sus pensamientos, y que apenas había probado bocado. Era evidente que algo le tenía preocupado.

—Balin, no has comido nada esta noche. Deberías tomar algo.

—Tienes razón, será mejor que cene algo antes de dormir —contestó Balin dubitativo.

—Mmm pareces algo inquieto, algo te preocupa. ¿Estoy en lo cierto?

—Sí, Gandalf, algo me inquieta, aunque no sabía cómo decírtelo —dijo Balin.

En ese momento Kúri bostezó sonoramente y estiró los brazos, frotándose después los ojos.

—Yo me retiro a descansar. Aún nos queda viaje por delante y me noto cansado —y miró a su hermano esperando a ver qué decía.

—Yo aún no voy a acostarme, no tengo sueño —En ese momento Kúri le dio un ligero codazo a su hermano a la vez que le hizo un breve gesto con la cabeza, con lo que Úri añadió—. Pero pensándolo bien… creo que también iré a dormir.

Y ambos enanos se acercaron a la pared rocosa y se echaron sobre sus mantas. Entonces Balin se dispuso a contarle a Gandalf todo aquello que le tenía intranquilo:

—Como bien sabes, en mi viaje a Ered Luin visité el asentamiento de mi viejo amigo Borin, y después visité la mayoría de las colonias de enanos de aquellas montañas, tanto al norte como al sur del Golfo de Lhûn. Incluso estuve en la antigua morada de Thorin. En todas ellas quisieron conocer la historia de la muerte de Smaug y la reconquista de Erebor.

—Algo muy lógico a mi parecer —intervino Gandalf—. Conocer tan heroica historia de mano de uno de sus protagonistas haría las delicias de tu gente.

—Sí, por supuesto… pero ocurrió algo más —matizó Balin.

—¿Qué ocurrió? —preguntó el mago.

—Parece que el relato de la conquista de Erebor alegró el corazón de los enanos. Una llama de esperanza se instauró en ellos. Anhelan las viejas glorias del pasado, de la antigüedad.

—Mmm… entiendo —dijo Gandalf pensativo mientras se mesaba la barba.

—No, no lo entiendes Gandalf. Los enanos desean volver a los grandes palacios, volver a sus antiguos dominios.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Gandalf con preocupación.

—Desean volver a Moria —Balin pudo ver la sorpresa en la cara de Gandalf—. Están esperando que alguien se ponga al frente y organice un ejército que se atreva a entrar en Khazad-dûm y la reconquiste.

—Pero… Moria… ¿Cómo es eso posible? No sólo hay orcos y trasgos en las minas. ¿Acaso han olvidado el mal que allí perdura? ¿Acaso han olvidado el Daño de Durin? —Gandalf estaba realmente preocupado con lo que Balin le contaba.

—No, no lo han olvidado —dijo Balin—. Los orcos ya fueron derrotados en grandes guerras contra los enanos, por dos veces, pero piensan que si un dragón ha podido ser doblegado, entonces también se puede doblegar al Daño de Durin.

—Eso sería una gran hazaña sin duda. Se requiere mucho valor y coraje para enfrentarse a… lo desconocido, y añadiría que también una gran dosis de suerte. Es una tarea harto complicada. No creo que ahora mismo los enanos estéis a la altura de tal cometido —Gandalf permaneció en silencio unos instantes mientras miraba a su compañero fijamente—. Dime Balin, ¿tú qué opinas?

—Yo… pienso que si tú nos ayudaras… tal vez podríamos conseguirlo —Balin habló con palabras sinceras a Gandalf—. Thorin emprendió una misión casi suicida, bien lo sabes. Apenas éramos trece enanos y un hobbit. Pero el azar, o el destino, quiso que se desencadenaran una serie de acontecimientos y que Smaug acabara muerto, y así ocurrió.

—Y crees que si os ayudo en tal aventura el destino os llevaría a correr la misma suerte, ¿no es así?

—Mi pueblo lo cree —dijo Balin, y mirando a los jóvenes hermanos enanos, que parecían dormir plácidamente, añadió—. Y yo también lo creo.

—¿Y Dáin? Aún no has hablado con él, ¿cierto?

—Cierto. Aún no sabe nada. Cuando llegue a Erebor hablaré con él. Creo que sería el líder que necesitamos para realizar una misión de tal envergadura. Ha sido un buen Rey en Erebor, y sería un gran Rey en Khazad-dûm.

—Dáin no querrá embarcarse en tal aventura. Ya tuvo la ocasión una vez y se negó —dijo Gandalf.

—Pero si le digo que Gandalf nos ayudará… si le digo que tú estarías dispuesto a luchar a nuestro lado… seguro que cambiaría de idea, seguro que accede a movilizar a nuestro pueblo para tan magnífica empresa —dijo Balin entusiasmado con la idea.

—Balin… —Gandalf meditó lo que iba a decir. Pensó durante un rato, y entonces decidió ganar algo de tiempo antes de tomar una decisión—. Deja que reflexione sobre este tema. Te daré una respuesta antes de separarnos en este viaje.

Y así pasó esa noche, entre el sueño por el cansancio del viaje y la cautela de estar solos los cuatro en tierras peligrosas, atentos siempre a cualquier sonido extraño en la oscuridad.

Continuaron hacia el este al día siguiente, y no tuvieron problemas en avanzar rápido. Salieron del bosque de pinos y abandonaron la ladera de las montañas, y siguieron el sendero en dirección hacia el Río Grande. El calor apretaba, pues el verano iba pasando poco a poco, así que desearon llegar cuanto antes al río y eso les llevó a caminar hasta bien entrada la noche ese día. A la tarde del día siguiente llegaron al Viejo Vado. Allí se refrescaron y pudieron llenar los odres de agua, y en un lugar alejado del río pero cercano al mismo, acamparon y descansaron. Pasaron una calurosa noche a la luz de la luna y las estrellas, y al amanecer se pusieron en marcha otra vez.

Llegaron a los límites del bosque cuando ya caía el sol y la oscuridad se cernía sobre ellos rápidamente. Acamparon junto a unos altos árboles y se arriesgaron a encender un fuego; estaban lo bastante lejos de las montañas como para no tener problemas por encenderlo, y así pudieron asar un poco de carne esa noche para la cena.

—Esta noche cenaremos bien, pues es la última que pasaremos junto a Gandalf —Balin era el que preparaba la carne junto al fuego—. Además nos vendrá bien a todos una buena cena que nos reconforte para lo que nos queda de viaje.

—Gracias Balin. Sin duda alguna me reconfortará tan espléndida cena, pues el camino que aún me queda es largo —dijo Gandalf agradeciendo el detalle de Balin.

—Y ese lugar al que va… ¿dónde es? ¿tan lejos queda? —preguntó Úri.

—Bastante diría yo. Me dirijo a la tierra de los hombres. Tierras muy lejanas que se encuentran al sur y al este. Aún me tomará muchos días el llegar allí —explicó Gandalf a los enanos mientras encendía su pipa de fumar.

—Estos jóvenes siempre haciendo tantas preguntas. Las obligaciones del señor Gandalf son siempre importantes, y si tan lejos va seguro que es por una buena razón. ¿No es así, Gandalf? —dijo Balin mostrando también curiosidad por tan largo viaje.

—¡Oh, sí, así es! Mmm… Pero cambiemos de tema. He meditado profundamente vuestro asunto… y no hace falta que esta vez os vayáis tan pronto a dormir, jóvenes amigos —dijo Gandalf mientras sonreía a los hermanos. Dejó pasar unos momentos de silencio antes de continuar hablando seriamente—. Vuestro cometido parece ser muy importante para vosotros, y no debería ser relevante el que alguien como yo participe o no.

—Es, sin duda, muy importante para mi pueblo. Khazad-dûm fue nuestra primera morada, y la más importante. Pero nos fue arrebatada por esas sucias bestias —una cara de pena apareció en el rostro de Balin mientras hablaba—. No debería ser así…

Hubo un silencio mientras la última frase de Balin se quedó en el aire, hasta que Gandalf, entendiendo perfectamente el sentimiento de los enanos, continuó hablando.

—Y no debería serlo. La estirpe de Durin siempre gobernó las minas de Moria hasta que los enanos fueron expulsados de allí. Debería ser el pueblo de Durin el que recupere su control, haya o no influencia de alguien que no sea de la raza enana en tal hecho.

—¿Eso quiere decir que usted no participaría en caso de que se organice tal expedición? —preguntó Kúri a Gandalf.

—No interrumpas, muchacho. Dejemos que Gandalf acabe de hablar. Explícate, por favor —dijo Balin evitando que cualquier otra pregunta fuera hecha.

—Digo que es un asunto exclusivo de los enanos, en el que participaría gustosamente si el tiempo y mis pasos allí me llevaran. Pero no os puedo dar una respuesta concreta, no es un sí y tampoco es un no, es más bien un tal vez.

—¿Eso qué quiere decir, viejo amigo? —quiso saber Balin.

—Quiere decir que si puedo participar, directa o indirectamente, lo haré. Tal vez no esté presente llegado el momento, pero haré todo lo que esté en mi mano para favorecer vuestra misión. Está en vuestra mano decidir vuestro futuro, no esperéis que lo decidan otros por vosotros.

Balin meditó por un momento las palabras de Gandalf. Sin duda tenía razón en lo referente al dominio de Moria. Los descendientes de Durin deberían hacer frente al reto de reconquistarla, o esperar a que tiempos mejores llegaran y se dieran las circunstancias para que tal hecho ocurriera. Finalmente dijo:

—Creo que tienes razón, Gandalf. Debería ser mi pueblo el que llevara a cabo tal cometido. Yo también pienso que es un asunto exclusivo nuestro. Hablaré con Dáin, y seremos los enanos los que decidiremos el futuro de los enanos —Balin hablaba de manera decidida. Y añadió mostrando una ligera sonrisa en la cara— Pero ojalá tú estuvieras a nuestro lado.

—Quién sabe, viejo amigo, quién sabe…

Al día siguiente se despertaron temprano, cuando la claridad del amanecer comenzaba a iluminar el cielo despejado y sin nubes a la vista. Los cuatro compañeros tomaron un ligero desayuno y se dispusieron para la marcha. Era un día triste para ellos, pues debían separarse y cada uno seguir su camino.

—Llegó el momento. Mi viaje me separa de vosotros, pero no dudéis que estaré siempre atento a nuevas que me traiga el viento que me digan que ocurre con el pueblo enano.

—Gracias, Gandalf. Esperamos que tenga un buen viaje hacia esas tierras lejanas, y ojalá que volvamos a vernos —dijo Balin expresando su deseo con la esperanza de que sus palabras fueran ciertas y se cumplieran.

—Ojalá nuestros caminos vuelvan a cruzarse —añadió Gandalf con una amable sonrisa al viejo enano. Él también esperaba que ese deseo se cumpliera. Luego añadió— ¡Y sed precavidos en vuestro viaje! Id siempre por la linde del bosque, los árboles os mantendrán ocultos y os darán cobijo en caso de necesitarlo. ¡Adiós, hasta más ver!

—¡Adiós Gandalf! Hasta nuestro próximo encuentro.

Y el mago dio media vuelta y se alejó rápidamente hacia el sur. Los tres enanos se despidieron de él y vieron como se giraba un momento para mirar atrás y saludarles con la mano desde la lejanía. Ellos hicieron un último gesto de despedida e iniciaron después su camino hacia el norte. No volvieron a ver nunca más al mago, pero en su corazón sentían que velaba por ellos, Balin sentía esa seguridad en su interior, y desde ese momento confió en su suerte más que en toda su vida.

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