Nostalgia de los Khazad (relato, parte quinta de cinco)

Nostalgia de los Khazad (final)

por Antonio Carlos Ruíz Borreguero

Parte quinta y última 

Treinta y cinco años después el número de habitantes de Erebor había crecido considerablemente. Miles de enanos moraban ya allí y los trabajos eran intensos. Muchos de los llegados venían de las montañas del oeste, de Ered Luin, y otros provenían del este, de las Colinas de Hierro. Los rumores sobre Moria se habían ido extendiendo con el paso del tiempo y habían llegado incluso a los lugares más apartados. La nostalgia cubría el corazón de los enanos y con esa idea llegaban muchos de ellos a Erebor, creían que tarde o temprano se acabaría organizando una expedición hacia el antiguo hogar. Mas Dáin no había cambiado de opinión en todo ese tiempo, en parte porque así lo creía y en parte porque se sentía en la obligación de permanecer en la Montaña. Sin embargo Balin no pudo soportarlo y finalmente se contagió del entusiasmo de su pueblo, de aquellos que deseaban volver a los antiguos palacios y luchar por lo que les pertenecía.

El viejo enano se volvió a reunir otra vez con Dáin aun sabiendo que el Rey se negaría a moverse de Erebor, pero esta vez la conversación fue muy distinta a la mantenida muchos años atrás.

—Sé a lo que has venido, Balin —murmuró Dáin sentado a la misma mesa y en la misma habitación donde había tenido lugar la anterior charla.

—Supongo que era inevitable volver al mismo punto en que lo dejamos la otra vez. Mucho tiempo ha pasado desde entonces.

—Así es, y mi posición sabes que sigue siendo la misma. El paso de los años no me ha hecho cambiar de opinión —dijo el Rey de forma tranquila pero directa.

—Lo sé, Dáin, imaginaba que así sería. Recuerdo tus razones para permanecer en el Reino de Erebor. Y es por eso que he meditado mucho sobre este asunto. Muchos son los enanos que se han movilizado hasta aquí en los últimos años, y otros muchos lo seguirán haciendo… —trató de explicar Balin.

—Y aun así mi decisión será siempre la misma —interrumpió Dáin—. No puedo abandonar Erebor, me lo dicta la mente y me lo dicta el corazón —expresó de forma sincera, mirando a los ojos a su viejo amigo.

Balin esbozó entonces una sonrisa amable, apoyó los brazos sobre la mesa y entrelazó los dedos, buscando seguridad en lo que iba a decir a continuación.

—Mi querido Rey Dáin, no vengo a pedirte que cambies de parecer con respecto al tema de Moria, vengo a comunicarte una importante decisión que he tomado, trascendental para todos nosotros y para todo nuestro pueblo.

—¿Qué será? Dime Balin —dijo Dáin mostrándose muy inquieto y ansioso ante la posible respuesta.

—He decidido ser yo el que organice la expedición a Khazad-dûm —respondió tranquilamente.

—¿Cómo? ¿Tú? No, no puede ser, ¡me niego! —Dáin se alteró al oír lo que había dicho Balin. Se levantó de la silla y comenzó a pasear visiblemente nervioso por la sala—. ¡Me niego a que cometas tal locura! No lo permitiré, no puedo dar mi aprobación a esto.

—Sabía que no lo aprobarías —dijo Balin de forma serena—, pero te diré algo. Son muchos los que piensan como yo. Están esperando que alguien se atreva a organizar este desafío, y tarde o temprano alguien iba a hacerlo.

—Pero no es una mera incursión contra una banda de orcos apestosos. ¡Estamos hablando de Khazad-dûm! ¡Las Minas de Moria! ¿Cómo es posible que se te ocurra algo así, Balin? —Dáin expresaba en sus palabras sentimientos encontrados entre la furia, el miedo y la confusión.

—Porque he visto la luz de la esperanza, la esperanza de nuestro pueblo, y porque realmente creo que podemos conseguirlo —dijo Balin mirando firmemente a Dáin.

—Y cuando os encontréis con el Daño de Durin… ¿has pensado lo que harás? ¡Os matará a todos! —tronó el Rey—. ¡Será vuestro fin!

—Moria es muy grande. Nos las ingeniaremos para escapar de él y aislarle —dijo Balin con tranquilidad, mostrando confianza en sus palabras—. Encontraremos la manera de derrotarle, estoy seguro.

—Pfff —Dáin hizo un sonido de incredulidad—, necios. Jamás podréis contra él.

—El Anillo de Thrór nos ayudará a…

—¿El Anillo? —interrumpió Dáin—. Pero si no sabemos cuáles pueden ser sus poderes… ni siquiera sabemos si se encuentra en Moria.

—¿Y dónde si no iba a estar? Está allí, seguro, tiene que estar. Sólo hay que encontrarlo —concluyó Balin auto convenciéndose de que eso era verdad.

—Es una locura, Balin, y lo sabes. Te basas en la esperanza de nuestro pueblo, en la fe por encontrar una reliquia perdida y en la absurda idea de poder derrotar a lo desconocido. ¡Has perdido el juicio! No voy a permitir que sigas adelante con tu plan —sentenció Dáin.

—Te hablo ahora como amigo —dijo pausadamente Balin—. Con o sin tu aprobación voy a organizar esta expedición a Moria —se levantó de su asiento y continuó hablando decididamente mientras miraba a su viejo amigo—. Partiremos y lucharemos hasta que conquistemos la Mina o… hasta que caigamos derrotados. Y muchos serán los que me acompañarán. Es un hecho, Dáin, y debes aceptarlo.

Dáin caminaba de un lado a otro sin parar, con los brazos hacia atrás en la espalda y mirando al suelo mientras escuchaba a Balin. Cuando su amigo paró de hablar se detuvo frente a su compañero, se cruzó de brazos y le miró a los ojos.

—Dime Balin, ¿quiénes son los que te acompañarán? —consiguió serenarse un poco para poder formular la pregunta con claridad.

—Óin y Ori han accedido a acompañarme en tal aventura —respondió el viejo enano volviendo a sentarse en su silla.

—¿Óin y Ori? ¿Y quién más? —Dáin se puso tenso de nuevo y volvió a pasear por la estancia incansablemente—. ¿Dwalin? ¿Glóin? ¿La antigua Compañía de Thorin Escudo de Roble? No pensaréis ni por un segundo que se repetirá de nuevo la historia, ¿verdad? —parecía incluso furioso con su viejo amigo—. ¿Iréis solos los diez?

—No Dáin, por supuesto que no —Balin dejó transcurrir unos momentos de silencio para que Dáin se calmase y después prosiguió hablando—. De la vieja compañía sólo Óin y Ori me acompañarán. Flói y Frár me han expresado su deseo de venir, y también Lóni y Náli están dispuestos a unirse a nuestra causa. Además hay muchos enanos que estoy seguro que nos seguirán.

—¿Muchos? ¿Cuántos crees que podéis reunir? —preguntó Dáin mostrándose incrédulo.

—Ya contamos con un gran contingente aquí mismo en Erebor. Bien sabes que muchos de los que llegan actualmente a la Montaña vienen con esa idea. De las Montañas Azules estoy seguro de que Borin se unirá a sus hijos Úri y Kúri, y traerá un buen número de guerreros de allá. Y haré una visita a las Colinas de Hierro y reclutaré a cuantos enanos quieran acompañarme a recuperar nuestro antiguo hogar.

—¡Pero es una imprudencia! ¡Un disparate! —Dáin empezaba a temer por todo aquello de lo que hablaban—. Balin, ahora te pido yo como amigo, que reconsideres tu postura y que no partáis hacia Moria, no vayáis a la vieja morada.

—Ya está decidido… no hay vuelta atrás —dijo Balin con un ligero pesar en sus palabras, agachando la cabeza—. Aunque me gustaría contar con tu aprobación antes de partir. Eso tranquilizaría mi viejo corazón.

Dáin paseaba ahora más sosegado por la estancia, con las manos nuevamente en la espalda, pensativo, mirando al techo y al suelo, buscando la manera de solucionar aquello de otra forma distinta de la que Balin le proponía. Eran bastantes los que querían partir hacia las Minas, eso lo sabía, y que su amigo lograría reclutar un gran ejército no le cabía la más mínima duda. Él sólo estaba escuchando el deseo de su pueblo, y actuando en consecuencia de la manera más simple. Dáin no encontraba alternativa, no conseguía vislumbrar otra salida a aquella situación. Finalmente se detuvo a la espalda de su viejo amigo y posó las manos sobre sus hombros.

—Querido amigo —dijo resignado Dáin—, no encuentro más caminos en el horizonte. Yo no puedo acompañarte, pero tampoco puedo impedirte marchar si ese es tu deseo y el de los que te siguen —entonces hizo una pausa. Le costaba decir lo que estaba pensando, en realidad no quería decirlo, pero finalmente habló—. Está bien, Balin, parte hacia Moria. Lo acepto, aunque no de muy buena gana. En el fondo de mi corazón también deseo que consigas tener éxito en esta difícil empresa, y ojalá lo consigas, ojalá tus sueños se cumplan —y Balin puso su mano derecha sobre la de su gran amigo Dáin, soltando un gran suspiro en el que liberó por fin toda la tensión del momento.

Pasados unos momentos Balin se levantó de su silla, miró fijamente a Dáin e hizo una profunda reverencia en señal de respeto. Después le sonrió ligeramente y se marchó, dejando a solas al Rey en aquella habitación. Entonces Dáin murmuró en voz baja algo que no había querido decir antes.

—Ojalá me equivoque, amigo Balin, pero presiento en el fondo de mi corazón que el final de esta aventura no será el deseado.

Al año siguiente, tras muchos preparativos y viajes con mensajes y llegadas de más y más enanos a la Montaña, Balin partió hacia Moria. Eran más de un millar los valientes guerreros que partieron, y los que permanecieron en Erebor no pudieron más que despedirse de ellos y desearles la mejor de las suertes. Lo que ocurrió después aún está por contar, pero sí os diré que durante cinco años la Compañía de Balin se asentó y vivió en Moria, recuperando el viejo esplendor por un tiempo. Sus sueños se hicieron realidad y con esa gloria vivieron hasta el fin de sus días.

Ahora sus corazones descansan tranquilos en los salones de espera, junto a sus padres, y pronto, algún día, alguien les contará que por fin Khazad-dûm ha sido devuelta a manos de los enanos para siempre.

BALIN FUNDINUL UZBAD KHAZADDUMU

(Balin, Hijo de Fundin, Señor de Moria)♣

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