La preocupación de Martin Morannis (relato)

Sudor, nervios y un profesor agobiado. Mini relato de horror, otro más, de Sutter Cane (JLBelloq, Círculo del Ludófago)

La preocupación de Martin Morannis

por Sutter Cane

     La frecuencia e intensidad de las visitas de Martin Morannis a su psicólogo había crecido notablemente en los últimos meses, de la misma forma que la tensión nerviosa se iba apoderando de su expresión facial.  En dichas visitas, sin embargo, conforme el sudor hacía acto de presencia, sus palabras habían ido en disminución y las pocas que salían de su boca resultaban un material muy mediocre como para que su psicólogo pudiera sonsacarle nada.

¡Ay! Martin, Martin… ¡resuelve ya tus preocupaciones!

Es la hora, Martin coge sus libros y apuntes y se encamina al instituto donde ejerce de profesor de literatura. ¿Está bien vestido? Sí. Camisa, corbata, todo en orden. Tan sólo este asqueroso sudor. Este sudor y estos nervios…

La clase, toda llena de alumnos, treinta en ristre, cada uno de su padre y de su madre. Todos armando algarabía. Esto no es bueno.

Martin da sus clases, interludio, café. Conversación disimulada con otros profesores. A él no le preocupan los quehaceres diarios de sus compañeros de profesión. Le preocupan otras cosas…

Seguimos con las clases. Uno se cansa de hablar, se cansa de los que no atienden, de los gamberros que estorban a los alumnos aplicados, a los que despistan y hacen perder el tiempo. ¡A los profesores también nos hacen perder el tiempo! Aunque, la verdad, también le estorban los alumnos estudiosos, siempre tan atentos, con la mirada fija, atendiendo, escudriñando… le ponen un poco nervioso. ¿Y si alguno de ellos tuviera la suficiente perspicacia como para averiguar los atribulados quehaceres de su vida diaria?  ¿Y si entre la multitud de gestos no controlados de su expresión corporal, uno de ellos da en entender cualquier cosa? ¿Es que no puede un profesor gesticular, dar su clase a gusto?

Por un momento, Martin, durante la mañana, dudó. Dudó entre quién le molestaba más, si los holgazanes con ademanes de chulería o la incansable y peligrosa atención de los alumnos aplicados.

Se tomó el recreo como espacio libre de interrupciones para pensar y decidir. Sentado en un banco, bajo un árbol, en una zona verde alejada del bullicio juvenil. Y allí, pensó. Pensó.

A la vuelta del recreo, en la siguiente clase, ya había decidido. Todo aclarado: por principios, los holgazanes eran menos útiles en esta sociedad. Si es que no hay nada como retrotraerse a los principios básicos para solucionar problemas. ¿Ves, Martin? No hay nada como salir de la zona de confort, resolver problemas, activarse.

Martin echó una soberana bronca en clase a algunos alumnos, los que iban mas retrasados con respecto al nivel general de la clase. Dejando caer veladas amenazas de suspenso en caso de no ponerse al día. Se tiró las dos clases que quedaban hasta el segundo recreo, en ese plan. Una vez finalizadas, salió de clase, directo al cuarto de baño y se secó el sudor y se lavó la cara. Acto seguido salió fuera y como de costumbre, presa de los nervios, montó en su coche rápidamente y se fue corriendo a su casa. ¡Había cosas que vigilar!

Para la siguiente clase, Martin llegó con cinco minutos de retraso, como siempre, pero con aspecto más calmado y aseado.

Durante la clase, las anteriores broncas habían surtido su efecto y uno de los alumnos más atrasados se levantó y pidió hora por la tarde para poder dar unas clases particulares y ponerse al día. Martin, lo estás haciendo bien.

– Está bien, Ramón, esta tarde a las siete, en mi casa. No vengas tarde, trae tus apuntes.

Ah, Ramón, el más atrasado en el temario. Quiere ponerse al día. Martin Morannis puede resolver sus problemas hoy, hacer algo con ellos, confrontarlos.

Durante las clases restantes, los nervios de Martin vuelven a ir acrecentándose, y su sensación de desasosiego incrementa. Hay aspectos que hay que controlar, ¡tiene que irse a casa y tiene que hacerlo ya!

Al término de las clases nuestro atribulado protagonista se dirige en su coche como alma que quiere el diablo hacia su residencia. Coche mal aparcado, a las prisas, a medio metro de la acera. Libros a la mesa, trago de agua, y se hace el silencio. No se oye nada. Eso es bueno. Nos vamos  al cuarto de baño, aseo tranquilizador. Se vuelve a hacer el silencio, Martin agudiza el oído: nada. Todo está bien. Martin come y el estupor de la pesadez producida por la barriga llena atenaza su mente, no quiere dormirse, no puede. Pero son muchos días, muchos sin tener un momento de calma, sin dormir por las noches, sin descansar. La visión se oscurece. Los sonidos se diluyen, las formas se emborronan, los párpados caen pesadamente…

¡El timbre! Vistazo rápido al reloj: las siete. Maldita sea, me he dormido. Martin salta del sofá, se toma un segundo para oír el ambiente de la casa, se oyen extraños estertores,  guturales sonidos húmedos al fondo. Los nervios le atenazan el estómago como de costumbre, es un estado de ansiedad que conoce bien.

Martin abre la puerta, es Ramón. Viene con sus libros. Se produce un pequeño silencio incómodo hasta que le hace pasar.

– Emm… pasa a mi despacho, por favor, al fondo, bajando las escaleras. Ten cuidado hay cascotes por el suelo, estoy de obras.

El chico pasa, huele a tabaco, ha fumado antes de venir, menuda pieza. Esto así es muy fácil.

El pobre gamberro baja las escaleras detrás de su profesor, que huele bastante a sudor, a trajín, a nervioso, y su instinto barriobajero le dice que este tío no está muy bien de la de arriba. Da igual, total, es por hacer un poco el paripé y a ver si cuela y le aprueba.

El chico abre la puerta y entra, lo que se encuentra no se parece mucho a un despacho es más bien un… no sé lo que es, huele fatal, es como si estuviera en obras. Hay incluso un agujero en el suelo, en el centro de la habitación. Está todo en roca viva, hay tierra, maderas, palas, picos y herramientas de todo tipo, está todo como a medio excavar y huele a podrido, el hedor es insoportable… ¿¡A qué diablos huele aquí!? Ramón se da la vuelta con la mano tapándose la boca y la nariz.

– ¡Señor, que a qué hu…!

No le da tiempo, Un empujoncito y ha caído directo de cabeza en el pozo. Martin está muy aliviado, todo ha salido bien, ¡Apenas le ha costado trabajo! Se ha armado de valor y ha tenido sus frutos.

Desde el agujero, surge un hedor vaporoso. Sonidos burbujeantes y húmedos estremecedores que ahogan los terribles sonidos agónicos del chaval. Martin se calma, se seca el sudor y se queda mirando a la horrible sima. De repente se oye una voz cavernosa, seseante, pero muy potente. Surgida de una cavidad tubular enorme de algún tipo.

– Lo hassssss hecho bien Martin. Ssssssigue bussssscando. Ssssssigue busssscando. Hammmmbreeeee.

Tras la voz se oyen sonidos de espantosas y enormes criaturas reptantes que se arrastran por un lecho fangoso.

Lo has hecho muy bien por hoy Martin. Por hoy puedes descansar y estar tranquilo. Hoy has resuelto tus preocupaciones. Ya veremos mañana. Mañana es otro día.♣

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Uruk Valandil
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Uruk Valandil

Entretenido relato que se hace muy corto al leerlo. Habrá continuación?